Centenario del natalicio del Dr José Carrillo Moreno
Publicado: 04/03/2022 04:22 PM
En ocasión de cumplirse los 100 años del nacimiento del príncipe de las letras llaneras, prócer de la poesía, interprete de recios cantos de batalla, pregón prematuramente apagado de las pampas cojedeñas, académico, catedrático, abogado y abnegado defensor de la memoria de Simón Bolívar, bien vale este homenaje que en vida le rindiera su amigo y contertulio Rafael Ramón Castellanos:
Innumerables
factores me han unido siempre a José Carrillo
Moreno. Hablo en este presente que no
pareciera pasado porque su espíritu y su voluntad creadora por aquí palpitan
con el olor a mastranto y a tierra recién mojada a consecuencia de la ligera
lluvia.
Entrambos
amamos nuestra respectiva tierra natal. Él con más suerte fue cronista oficial
de la suya. Los dos coincidimos en una honorífica misión que, por cierto, es
única hasta ahora: ya que en el solemne acto del ingreso de una osamenta casi
sagrada al recinto de los Próceres hay un solo derecho de palabra y tanto él
como yo fuimos oradores de orden el 24 de octubre de 1974 en el Panteón
Nacional con motivo del traslado de los restos mortales del insigne maestro de
las letras y de la historia Rufino Blanco Fombona desde el Cementerio General
del Sur hasta tan elevada y definitiva morada.
Para no
colidir Carrillo Moreno tuvo la gentileza, una semana antes, de darme a leer su
magistral pieza oratoria, lo cual le correspondí con hacerle llegar mi modesta
oración laudatoria de aquel gran bolivariano.
Cuando en
1975 inicié el trabajo de recopilación y análisis de la pseudonimia venezolana
tuve la anuencia de Carrillo Moreno para incluir dentro de mis apuntaciones su
importante ensayo Apodos,
seudónimos y sobrenombres que le habían publicado en Caracas en 1970 en las
Ediciones Navideñas de Saade Hermanos, y antes cuando apareció en 1973 el fruto de otros de mis esfuerzos, Páez
peregrino y proscrito, fue José Carrillo Moreno junto y sus amigos Nicolás Guillén Alejo Carpentier, Paco Vera Izquierda, Caupolicán Ovalles,,
Salvador de la Plaza, Miguel Acosta Saignes, Manuel Isidro Molina y Nelson Luis
Martínez, quienes me allegaron las voces de apoyo y de estímulo.
Cuántas veces
nos reunimos en aquel centro de amistad, de néctares de Baco y de grandes
tertulias, denominado Bar Restaurante Llaguno para intercambiar ideas y
cultivar prosapias nada comunes con la participación de aquel agigantado
periodista, que creó cátedra de dignidad y de decoro, J. Lossada
Rondón, el de Miraflores a la
Vista, cuando existía el diario de Puerto
Escondido, hoy ya menguado
y alquilado a los más oscuros intereses foráneos. Cuántas ilusiones y cuantos proyectos se hicieron realidad de muchas
de las proposiciones y quijotadas que allí surgieron, tertulias que en el
tiempo mantengo en La Gran Pulpería de Libros Venezolanos donde
a suerte mía, conocí para enorgullecerme de ello al doctor Alejandro Carrillo,
hijo del homenajeado hoy aquí en El Tinaco y seguidor con alma, bríos, corazón
e ideales del notable progenitor. En mucho a Alejandro debo el gran honor de
estar aquí en conversación tan de mis entrañas, de mi corazón y de mis ideales.
Recordará un
común amigo, los proyectos sociales de Carrillo Moreno con respecto a La
Blanquera como iniciativa para una Universidad Popular y su entusiasmo ante la
idea llevada a feliz término por orden del denso y notable historiador doctor
Ramón J. Velásquez, de recoger los artículos de Eloy G. González diseminados en
periódicos de la época y hacerlos libro, como lo asumimos desde las Ediciones
de la Presidencia de la República, primero con Los Leones se muerden publicado
en la Serie historia, colección “Clásicos Venezolanos” Caracas, 1975, libro que
salió de los talleres de la Imprenta Nacional, dos días después del trágico
instante en que el doctor Carrillo Moreno falleciera repentinamente aquel 5 de
abril, horas después de haber compartido en la Embajada del Perú con compañeros
y amigos entrañables. De lo que me he sentido profundamente satisfecho es que
él había revisado las últimas pruebas de ese volumen.
Así mismo
como él había repasado todos los originales de otro título del mismo González
que denominamos Ensenadas de la Historia, al cual, por sugerencia suya, se le
colocó como prólogo un denso estudio del Individuo de Número de la Academia
Nacional de la Historia, doctor Virgilio Tosta. Luego continuamos las ediciones
con Historias Bolivarianas, que lo adornamos con el discurso de bienvenida a
Eloy G. González a la Academia Nacional de la Historia, pronunciado el 16 de
mayo de 1909 por el sabio polígrafo Marco Antonio Saluzzo, asunto que había
sido acordado así entre los doctores Velásquez y Carrillo Moreno.
Resultado de
esto, de reuniones y de tertulias entre amigos, siempre, todas y cada una de
las conclusiones sumaban algo positivo para la región. Quiero recordar ahora
uno de aquellos parlamentos en el cual Carrillo Moreno, Lossada Rondón y otros
más, nos empeñamos en hacernos solidarios para apoyar el deseo de impulsar el
desarrollo de su pueblo, que exhibía a nuestro lado Luis Montagne, periodista y
abogado, generoso señor de la hidalguía que era incesante en la búsqueda de
rumbos y mejoras para su tierra natal, Macapo, por la cual vivió, se desvivió y
se fué a la eternidad honrándolo. Nos sorprendimos mutuamente, el cronista
William García y yo, de cómo y porqué entrambos amamos a Macapo a través de la
palabra y el gesto y la alegría de Luis Montagne, como adoramos a El Tinaco en
la palabra, en el corazón y en la acción de José Carrillo Moreno.
Este denso
escritor, este maestro de la historia y de la historiografía llegó a Individuo
de Número de la Academia Nacional de la Historia aupando el criterio por el
cual la institución extendiese la posibilidad más democrática de la aceptación
de postulaciones de otros venezolanos eminentes que no habían tenido cabida
allí. Ello me consta especialmente en cuanto al doctor Juan Bautista Fuenmayor,
autor luego de una imprescindible Historia Contemporánea de Venezuela y antes
de varios otros estudios aquilatados en la severa investigación; en cuanto al
doctor Federico Brito Figueroa con los más categóricos ensayos sobre la
afroamericanidad, la socioeconomía y el pensamiento de la Federación; así como
también al doctor Miguel Acosta Saignes, abanderado de la lucha contra el latifundio
feroz desde todas y cada una de sus obras; al doctor Eduardo Arcila Farías en
la búsqueda permanente del Hombre por encima de las penitencias aún desde los
albores de la economía colonial venezolana, o el doctor Arturo Cardozo, el
licenciado Luis Cordero Velásquez, al gran cronista de Caracas Guillermo José
Schael, al doctor Edgar Gabaldón Márquez, todos los cuales no lograron
traspasar las barreras “reglamentarias” que a los hombres de pensamiento
avanzado le tienden en esa institución.
Ocupó el doctor
Carrillo Moreno el Sillón D, que antes le correspondió como fundador al jurista
eminente y notable codificador, doctor Julián Viso; sillón para el cual fue
electo luego el destacado médico y filósofo, doctor José Manuel de los Ríos,
quien no se incorporó y a raíz de la muerte lo sustituyó otro especialista en
la ciencia de Esculapio, el doctor Rafael López Baralt, zuliano de Maracaibo;
después le correspondió tan alto destino al doctor Andrés F. Ponte con su
estudio de incorporación titulado Pérdida de la Isla de Trinidad, leído el 9 de
mayo de 1919.
Cuando
desaparece físicamente este académico es electo un merideño, el abogado y
catedrático, doctor Héctor García Chuecos, quien se incorpora con un tema de
trascendencia infinita: Conceptos que a Bolívar merecieron los deberes y
derechos de los neutrales en caso de guerra internacional, pronunciado el 7 de
junio de 1951. Viajero hacia la eternidad este muy humilde Maestro, es electo
el doctor José Carrillo Moreno, quien se incorpora el 20 de septiembre de 1973
concatenando el tema de su antecesor, pues presenta un denso estudio titulado
Bolívar y el concepto de pueblo.
Como prebenda
introductoria a este su discurso de incorporación el doctor Carrillo Moreno
rinde tributo de admiración a dos hijos del Estado Cojedes que “han iluminado
con su erudición, con sus virtudes y con su elocuencia el diario quehacer de
esta honorable institución”; son ellos el eminente médico doctor Laureano
Villanueva, natural de San Carlos de Austria, biógrafo del Gran Mariscal Antonio
José de Sucre, del también galeno doctor José María Vargas y de “El Valiente
Ciudadano Ezequiel Zamora, General del Pueblo Soberano”: del otro también
repasa sus méritos, se trata del escritor Eloy Guillermo González, factor
importante en la investigación de nuestros anales, nacido aquí en El Tinaco y
quien entre sus muchos extraordinarios ensayos, de los cuales ya mencionamos
algunos, dejó para la posteridad el que denominó Dentro de la Cosiata que es el
análisis de cuando los mejores, los más grandes, se dejan morder por esa
viborita inclemente que inocula el veneno de la deslealtad, de la ambición, de
la conculcación de los principios morales y del mancillaje a la ideología
bolivariana. Tanto Villanueva como González ocuparon respectivamente los sillones
F y O de la Academia Nacional de la Historia.
El doctor
Carrillo Moreno ese día de su incorporación, 20 de septiembre de 1973, con pie
firme, de liquiliqui blanco, y en el Paraninfo que antes fué de la Universidad
de Caracas y ahora de la Academia diría que “Soy, en consecuencia, el tercer
hijo de los llanos de Cojedes que ingresa como Individuo de Número en esta
Academia”. Esto me conmovió, tanto como el meollo todo de su discurso, porque
elogiaba su ancestro provinciano y le vi en su rostro la inmensa alegría del
campesino que ha logrado recoger la mejor cosecha en su parcela de la cultura,
del ensueño y de la esperanzas. En esa fecha y a esa hora me fui con la
evocación hasta Santa Ana de Trujillo, mi terrón natal.
Ese 20 de septiembre había llegado este servidor de Bogotá, donde residía,
orgulloso de haber presentado en la Academia Colombiana de Historia el ensayo
Bolívar crítico de literatura y de historia, y ahora, en esos instantes
Carrillo Moreno con su disertación me asusaba hacia un poderoso aliento
bolivariano para hacerme sentir realizado. Por esta razón me atrevo a
transcribir apenas párrafos de ese ensayo imponente que él leyó:
“Bolívar fue una recia personalidad con los
oídos puestos en las voces del pueblo. Eso lo llevó a ser durante su vida el
dirigente insustituible de la América hispana y después de su muerte el guía
luminoso de las naciones que forjaron su espada vencedora y su genio de
estadista. La circunstancia de que no haya logrado todo cuanto se propuso, de
que la mayoría de las veces hubiera “arado en el mar”, no disminuyen en nada la
categoría de su actuación.
“Bolívar tenía
conciencia plena de su condición, de su carácter y de su misión. Sabía que era
el guía incorruptible de las masas desposeídas de Hispanoamérica y así actúo en
todo momento. Por eso, si algo hay lleno de contenido y trascendencia dentro
del pensamiento y la acción bolivarianos, es su concepto de pueblo. El pueblo
es el nervio, el eje, la meta de sus grandes luchas por alcanzar la
independencia americana y, una vez izadas las banderas del triunfo, el pueblo
sigue siendo el elemento fundamental de sus preocupaciones de estadista
encaminadas ahora al logro de la liberación de esas grandes porciones del Nuevo
Continente desgajadas del Imperio español y ya en trance de constituirse en
Repúblicas libres, soberanas e independientes.
“Su concepto de
patria (el de Bolívar) tiene la claridad del sol. La patria es aquella donde se
protegen los derechos del pueblo sin distingos de origen, raza o condición
social. He aquí ese acendrado revolucionarismo suyo que lo hace concebir la
patria como el hogar del pueblo en su total integración, sin marginaciones, sin
desigualdades ni discriminaciones de ninguna naturaleza. Este es el concepto de
patria por el cual Bolívar se desvela y lucha hasta los últimos momentos de su
vida, concepto que define y ubica su personalidad y su tarea a la altura del
propósito que motorizó su acción en el inmenso escenario del Nuevo Mundo.
“En torno a
este concepto, impregnado de esencia popular, elabora toda una teoría
jurídico-social en la cual el hombre y el pueblo constituyen el objeto básico
de su esquema normativo propuesto a la hora exacta, en el preciso momento en
que Hispanoamérica comienza a sufrir las fracturas institucionales producidas
por la guerra emancipadora. Bolívar, timón de esa lucha, sabe que tiene la
impostergable obligación de reestructurar al Continente dislocado por la dura
sacudida revolucionaria, pero sabe también que deberá preservarlo de los
riesgos de una futura opresión.
Por eso, no puede concebir esa reestructuración montado en la nube de la pura
doctrina, sino afrontando las realidades objetivas, dándole al pueblo nuevos
instrumentos de lucha, instituciones adecuadas a su carácter y necesidades,
leyes de protección a sus derechos ciudadanos, en las cuales la libertad, la
igualdad, la seguridad social y la propiedad – para indicarlas en el orden en
que él las señala – tengan definiciones precisas y orientaciones concretas
dentro de la dinámica de estos pueblos recién nacidos a la vida independiente”.
Después de
tan aquilatados testimonios en boca de Carrillo Moreno, no creen ustedes,
queridos compatriotas, que es necesario darnos por satisfechos de su
premonición. Bolívar es ahora
más que nunca pueblo, pueblo alfabetizado, pueblo adherido a la medicina
preventiva y a la seguridad social, pueblo que reflexiona y medita, pueblo con
vigor, para impulsar los cinco motores que giran alrededor de la vía hacia el
socialismo del siglo XXI.
A José
Carrillo Moreno sólo una frase le faltó entonces para finiquitar su gran
discurso de incorporación: “Hasta la
victoria siempre”, pues expresó también lo que me honro
en leer, releer y volver a repetir:
“Creemos
haber ubicado en el pensamiento y la acción bolivarianos el concepto de pueblo
desde el punto de vista histórico, biográfico, germinal, como valor y
complejidad, unidad y pluralidad comprensiva de todas las aspiraciones que se
movían en el fondo de la protesta reprimida, protesta que orientó su obra
revolucionaria, difícil de diseñar por la multiplicidad de sus facetas, pero
que trataremos de hacerlo, a grandes rasgos, con el objeto de aproximarnos en
lo posible a una idea clara de lo que este hombre hizo en pro de las masas
populares venezolanas y americanas, por las cuales triunfó y fracasó, discurrió
y legisló, y para las cuales fue a la vez héroe y mártir.
Héroe cuando saboreaba el licor capitoso de la victoria, que no era únicamente
victoria militar, sino también victoria espiritual, victoria de ver satisfecho
que su prédica superaba el obstáculo y escalaba la cumbre de la realidad, y
mártir, no solamente cuando sus soldados caían en el combate, sino también, y
más que todo, cuando lleno de desesperanza, desilusión y desencanto, se daba
cuenta de que la incomprensión, el interés sectario y cantonal y la traición al
ideal revolucionario enervaban su palabra ductora y la dejaban inerte,
petrificada, muerta en el párrafo del mensaje que no quisieron oír u oyeron mal
y en el artículo de la ley que no quisieron cumplir o cumplieron a medias; pero
para desgracia de sus adversarios, de los que abierta o solapadamente ayer
frustraron su ímpetu creador y hoy lo niegan, todo ese caudal de elevados
preceptos que no fueron escuchados ni acatados en su tiempo, permanecen
vigentes, en el plano rector de los principios y en la alta misión de guiar
nuestros pasos hacia la forja de una patria americana donde haya amplia
justicia, paz verdadera y libertad sin trabas y donde queden para siempre
borradas las huellas de la dependencia, de la explotación y del feudalismo
colonial.
“De su
prolífica actuación de líder revolucionario, escritor, educador, general de
combativos ejércitos, estadista y legislador en el vasto campo de la América
hispana, hemos recibido una serie de enseñanzas en el orden judírico-social,
político, religioso, moral, educativo, militar e internacional, inspiradas
todas en su indeclinable criterio de bien común, de aspiración colectiva, de
conquista popular, de redención social, de noble combate por los desposeídos,
lo cual da fisonomía clara y contornos precisos a sus conceptos de pueblo como
valor central del mundo –la cultura- que trata de sacar del coloniaje para
ponerlo a vivir una vida de libertades.
“Toda esta
escala ideológica, llena de originales matices y de trascendentales
valoraciones, nos va a conducir a la etapa más revolucionaria del pensamiento
bolivariano, o sea, a aquella en que, rompiendo las amarras de un tradición
trisecular, no vacila en colocar al pueblo como eje fundamental de la vida
política y origen natural de todas las instituciones que la conforman. Nada
tendrá validez, consistencia, perdurabilidad y sustancia republicana si no se
origina en la entraña misma del pueblo. El pueblo es lo que da
vida al andamiaje democrático y trascendencia histórica a los hechos que nos
circundan.
“En este
sentido no hay en su esquema mental ni en su conducta una sola desviación que
nos lleve a dudar de sus rectas intenciones y a suponer maniobras en favor de
oligarquías o castas contra las cuales siempre estuvo de frente, en lucha sin
desmayos. Mas no se detiene la construcción bolivariana en el señalamiento del
origen popular del ejército ni en la asignación de recompensas morales y
materiales por sus eminentes servicios, sino que va más allá, se remonta al
plano esencialmente doctrinario y desde allí comienza a señalar con su innata
claridad la alta misión patriótica de los hombres de armas y a delimitar sus
fueros en frases llenas de presente y de futuro”
Gracias, RAFAEL
RAMÓN CASTELLANOS
Periodista, historiador, biógrafo, diplomático, ensayista y escritor