Distanciamiento físico y acercamiento solidario: Dos estrategias contra la Covid-19
Publicado: 22/09/2020 09:03 AM
El
distanciamiento físico fue una de las primeras estrategias que se implementaron
dentro de las medidas preventivas contra la Covid-19, desde que se decretó la
pandemia, e implica mantener una distancia de un metro y medio, como mínimo,
entre cada uno de nosotros. Con ello prevenimos, en parte, la transmisión del
virus a través de las gotículas que se expanden al estornudar, toser, respirar
o a través de la mecánica del habla en una conversación cara a cara. Esta
práctica debe incluir, además, la reducción de muchas de las interacciones
sociales que formaban parte de nuestra vida cotidiana, tales como asistencia a
espectáculos musicales, fiestas, cines, eventos deportivos, playas y sitios
públicos en general. Bajo esa misma lógica, también se redujeron las
actividades comerciales y laborales, así como educativas y tantas otras. En la
medida que una de las principales vías de contagio es de persona a persona, es
razonable pensar que, al reducir las interacciones y contactos cercanos, se
reducirán también las posibilidades de transmisión y contagio, como, de hecho,
la evidencia científica lo demuestra.
De ahí
que se insista en mantener y practicar el distanciamiento físico en todas las
instancias de nuestra vida cotidiana.
Pero
tenemos que estar atentos a no confundir ese distanciamiento físico con otro
distanciamiento que es sumamente perjudicial: el distanciarnos de los demás en
términos afectivos, sociales y espirituales, lo cual resulta sumamente
perjudicial, ya que puede conducirnos a aislarnos en nosotros mismos. Desde
hace mucho tiempo, numerosos estudios científicos han dado cuenta de la alta
relación entre el aislamiento individual con la depresión, la ansiedad, la
angustia y una serie de trastornos que alteran nuestra salud mental y nuestro
estado espiritual. Asimismo, también se relaciona con el estrés, enfermedades
cardíacas y hasta el riesgo de muerte.
Hoy, ante
la pandemia que estamos enfrentando, no debemos confundirnos: debemos prestarle
máxima atención a qué tipo de distanciamiento necesitamos y cuál debemos
rechazar. Ciertamente que, dentro del modelo civilizatorio de la modernidad
capitalista, ya existía un marco cultural y un conjunto de valores que
promueven un profundo y marcado distanciamiento entre las personas: el
individualismo, los valores del materialismo y de la competencia consumista, el
egoísmo o sus expresiones más extremas que las vemos reflejadas en mandatos
como el “sálvese quien pueda”, producto directo de la ley del más fuerte que
surge cuando asumimos el “darwinismo social”. Este marco cultural es el
contexto perfecto para que prospere este tipo de distanciamiento que nos pone a
todos a competir, cada quien en su lugar y exclusivamente preocupado por su
propio bienestar.
No son
pocas las voces que se hacen oír para hacer notar que la pandemia no ha hecho
sino desnudar lo que para muchos era una realidad clara y transparente, pero a
la cual no se le prestaba ninguna atención. Al respecto, podemos destacar, por
ejemplo, el llamado que el papa Francisco hace, en sus numerosas
reflexiones publicadas bajo el título “La vida después de la pandemia”, cuando
denuncia este contexto de desigualdad, indiferencia y distanciamiento de la
humanidad: “Ahora, mientras pensamos en una lenta y ardua recuperación de la
pandemia, se insinúa justamente este peligro: olvidar al que se quedó atrás.
(…) El riesgo es que nos golpee un virus todavía peor, el del egoísmo
indiferente, que se transmite al pensar que la vida mejora si me va mejor a mí,
que todo irá bien si me va bien a mí”. Palabras del Papa que apuntan al corazón
de lo que queremos destacar y que son compartidas por numerosos autores, así
como por movimientos sociales, activistas, educadores, políticos y millones de
personas que se rebelan ante un modelo que deshumaniza y degrada la vida del
planeta entero.
Desde el
Proyecto Bolivariano, insistimos en que el centro de todo debe ponerse en el
ser humano. Así lo repetía el Comandante Chávez, cuando apenas comenzaba a
hablarnos sobre la necesidad de cambiar el modelo de sociedad. Así fuimos
construyendo ese modelo alternativo que propone la cultura comunal, el buen
vivir, la participación protagónica que no debe surgir de un decreto ni de una
ley sino del cultivo de una humanidad diferente, donde la comunidad sea mucho
más que el estar o vivir en un barrio, en un urbanismo o en una urbanización.
La vida
comunal debe surgir a partir de sujetos solidarios, corresponsables, empáticos,
capaces de asumir sus propias responsabilidades y trabajar por el bien común.
Son valores que deben deben practicarse en la vida cotidiana para trascender
los egoísmos y el individualismo. Eso significa prestarle atención a nuestras
propias necesidades y a nuestros derechos, pero también a las necesidades
y los derechos de los demás.
Lejos de
distanciarnos socialmente, debemos más bien acercarnos para cooperar entre
todos, ayudar y entre-ayudarnos, cuidar y entre-cuidarnos, guiados por los
valores de la solidaridad y el sentimiento de la empatía que nos acerca y nos
estimula a dar y a brindar al otro. Es este un ejercicio de enorme
trascendencia humana que nos enriquece a todos y que no solo contribuye a
resolver problemas y urgencias sino que, además, nos enaltece y nos conduce
hacia un estado de plenitud al cual es imposible llegar solos.
Por
supuesto que, en medio de esta pandemia extrañamos y necesitamos los abrazos,
los encuentros, las fiestas y toda aquella cercanía física, que tanto
disfrutamos y que forma parte de nuestra propia identidad. Es seguro que esta
pandemia pasará y volveremos a celebrar el estar y el sentirnos juntos, en la
familia, en la amistad y la camaradería como siempre lo hemos hecho.
Mientras
tanto, aceptemos esta suspensión temporal de los abrazos, pero no permitamos,
bajo ningún concepto, que se instale entre nosotros ese distanciamiento que nos
separa, nos aísla y nos confina, no para cuidarnos del virus, sino para
convertirnos en seres egoístas e indiferentes. Si así lo permitimos, ya no será
el SARS-CoV-2 el virus que nos haga daño, sino aquel al que el Papa Francisco
hizo referencia y que será producto de nuestras propias acciones. Es muy
importante que pensemos y reflexionemos sobre todo ello para asumir de forma
plena y consciente cuál es el ser humano en el que queremos convertirnos y en
qué sociedad y en qué mundo queremos vivir.