Juan Jacobo Rousseau
Publicado: 02/07/2021 03:23 PM
Tal día como hoy, hace
243, fallece de un paro respiratorio el precursor de las revoluciones
contemporáneas y padre de la filosofía del Estado Democrático Moderno Juan
Jacobo Rousseau. Dos de sus obras, El Contrato Social y Emile, fueron libros de
cabecera constantemente consultados por
Simón Bolívar, uno de cuyos tomos donó testamentariamente a la Universidad
Central de Venezuela (antigua Universidad de Caracas).
En efecto, en la
cláusula séptima de su testamento (1830) Bolívar establece:
“Es
mi voluntad que las dos obras que me regalo mi amigo el señor general Wilson y
que pertenecieron antes, a la biblioteca de Napoleón, tituladas El Contrato
Social, de Rousseau y El Arte Militar de Montecuculli, se entreguen a la
Universidad de Caracas”.
Bolívar en agradecimiento al general Wilson le escribió en 1824
«El Vicepresidente de Colombia me ha escrito
participándome que usted ha tenido la bondad de hacerme el precioso presente de
dos libros de derecho y de guerra, de un valor inestimable: El Contrato Social y Montecuculli, ambos del uso del gran
Napoleón. Estos libros me serán muy agradables por todo respecto. Sus autores
son venerables por el bien y por el mal que han hecho; el primer poseedor es el
honor y la desesperación del espíritu humano, y el segundo, que me ha honrado
con ellos, vale para mí más que todos porque ha trazado con su espada los
preceptos de Montecuculli y en su corazón se encuentra grabado el Contrato
Social, no con caracteres teóricos, sino con hechos que se comparten entre el
heroísmo y la beneficencia».
No
cabe duda de que Bolívar había leído y meditado a Rousseau desde muchos años
atrás. Simón Rodríguez contribuyó en algún modo a la iniciación del futuro
Libertador en el pensamiento filosófico del
siglo de la Ilustración y El Romanticismo. Después de la muerte de su joven
esposa, llevaba consigo, «como temas de meditación durante los largos días de
la travesía marítima, las obras de Montesquieu, de Voltaire y de Rousseau,
sobre todo las de este último, cuya lectura le recordaba las enseñanzas de su
maestro don Simón Rodríguez».
En
el conocido párrafo de su carta de 20 de mayo de 1825 para Santander, donde se
refiere el Libertador a sus estudios y lecturas juveniles, afirma que entre sus
autores favoritos figuraba entonces, junto a Locke, Condillac, Buffon,
Montesquieu, Voltaire y tantos otros, el filósofo ginebrino. Y Rousseau era
para los contemporáneos de Bolívar, y ha continuado siéndolo en cierto modo (si añadimos a la
lista sus admirables Confesiones)
el autor de dos obras fundamentales: El Emilio y El
Contrato Social.
En
los escritos del Libertador abundan las referencias a Rousseau, y en más de una
ocasión menciona explícitamente a la última de esas obras. Ya en 1815, en la
Carta de Jamaica, escribía que «el emperador Carlos V formó un pacto con los
descubridores, conquistadores y pobladores de América que, como dice Guerra, es
nuestro contrato social» (Cartas, I, página 192). Aquí, si se quiere, la cita
es indirecta, pues parece provenir de una obra del padre Mier, el inquieto
sacerdote mejicano. Pero en el Discurso de Angostura, en 1819, la referencia es
más precisa, aun cuando no se menciona la obra: «La libertad, dice Rousseau, es
un alimento suculento, pero de difícil digestión» (Proclamas y Discursos,
página 207). El 16 de junio de 1821, desde San Carlos, en vísperas de Carabobo,
el Libertador se dirige a Santander en los siguientes términos:
«Estos
señores (los letrados) piensan que la voluntad del pueblo es la opinión de
ellos, sin saber que en Colombia el pueblo está en el ejército, porque
realmente está, y porque ha conquistado este pueblo de manos de los tiranos;
porque además es el pueblo que quiere, el pueblo que obra y el pueblo que
puede; todo lo demás es gente que vegeta con más o menos malignidad, con más o
menos patriotismo, pero todos sin ningún derecho a ser otra cosa que ciudadanos
pasivos. Esta política, que ciertamente no es la de Rousseau, al fin será
necesario desenvolverla para que no nos vuelvan a perder estos señores...»
(Cartas, II, páginas 354-355).
La
alusión al Contrato Social no
puede ser más clara: y obsérvese de paso cómo Bolívar no acepta servilmente las
opiniones del filósofo ginebrino, sino que las rechaza cuando las teorías de
éste chocan abiertamente con la realidad a que se enfrenta el Libertador.
Otra
alusión, que encierra en nuestro sentir buena dosis de velada ironía, hará el
Libertador al Contrato Social,
mencionándolo ahora explícitamente, en oficio dirigido a Santander desde
Tulcán, el último día de 1822:
“La
Constitución de Cúcuta, dice, «es inalterable por diez años, y pudiera serlo,
según el Contrato Social,
del primer republicano del mundo, pudiera serlo, digo, inalterable, por una
generación entera, porque una generación puede constituirse por su vida... La
soberanía del pueblo -agrega más adelante- no es ilimitada, porque la justicia
es su base y la utilidad perfecta le pone término. Esta doctrina es del
apóstol constitucional del día».
Para para darle nombre a
los procesos políticos y a sus actores y llamar las cosas por su nombre
Rousseau fue el primero en acuñar los términos: “burguesía, alienación, voluntad
general y soberanía popular.” Veinte
años antes del nacimiento de Bolívar
vaticinó:
“Nos
acercamos a un periodo de crisis y al siglo de las revoluciones…Considero que
las grandes monarquías de Europa no durarán mucho tiempo”.
Así lo escribió en su
obra “Emile”. Pero además de la inminencia del final, tal y como lo anunciaba
el libre pensador ginebrino, se avecinaba la incertidumbre de eventos que
cambiarían a la humanidad, o de una última zancada de ahogado que daría el “Ancien
Regime”. Se refería a los desesperados actos de fuerza que ejecutarían
las rancias monarquías absolutistas para aferrarse al poder y sostener el
anciano y oprobioso régimen de opresión social, depredación y saqueo colonial.
Se abrieron así de par
en par las puertas de una nueva era en la historia de la humanidad. Una
encrucijada de varios caminos. Si los pueblos cedían al vértigo fatal de la
corrupción monárquica, crecería entonces el despotismo y la servidumbre por
cuya senda todo acabaría en sangre. O renaceríamos todos al Estado Puro de la
Naturaleza Humana y así el “Bon Savage” (el buen salvaje) o el Nuevo
Hombre daría paso a nuevas variedades sociales y formas de gobierno
relacionadas con un Nuevo Mundo. Un nuevo orden universal versus el antiguo
régimen desgastado, corrompido y decadente. Para Rousseau “el ser humano es bueno por
naturaleza”, y de ahí deriva todo su aporte a la sana convivencia y al
progreso de la sociedad.
Desde hace 250 años, a
partir de Juan Jacobo Rousseau, el tema de las revoluciones ha dominado
subterráneamente todo el horizonte de la vida humana. La Revoluciones burguesas
Norteamericana y Francesa, la
Revolución de Independencia Suramericana con Bolívar, la Comuna de París, la
Revolución Campesina de Ezequiel Zamora, la Revolución Mexicana con Pancho
Villa y Emiliano Zapata, la Revolución Obrera de Marx y Engels, la
Revolución - Bolchevique de Lenin, la
Revolución China con Mao Tse Tung, la Revolucionaria II República Española, la
Revolución de Vietnam con Hi Chi Ming, las Revoluciones Pacíficas de Mahatma
Gandhi -Martin Luther King - Nelson Mandela, la Revolución Cubana de Fidel
Castro y Ernesto Guevara y la Revolución Bolivariana Continental de Hugo Chávez
Frías. Todas llevan la huella dactilar de Rousseau, su concepción filosófica
democrática y política del Estado Moderno post absolutista.
De este frondoso árbol
genealógico de las revoluciones modernas siguen surgiendo ramales, cada vez que
los pueblos quieren respirar aires de fraternidad, igualdad y libertad a través
de la válvula de escape que la lucha de clases ofrece.
El filósofo ginebrino además polímata y traductor, fue
músico, escritor y compositor. Su pensamiento influyó notablemente en el
progreso de la ilustración a través de toda Europa y el hemisferio occidental
Americano. El ala radical jacobina, la verdaderamente
revolucionaria de la Revolución Francesa, lo tuvo como el mejor exponente de
sus ideas. El desarrollo de las ciencias políticas y sociales, así como los
avances en materia de economía política y educación están basados en sus
postulados. Su Discurso sobre la Desigualdad y el Contrato social son
piedras angulares y fundacionales de las relaciones del Estado con sus
ciudadanos. Su novela sentimental Julia o la Nueva Eloisa (1761) es un
indiscutible aporte a la corriente futura del romanticismo. Su Emilio es un tratado de educación
fundamental sobre los aspectos más relevantes del buen trato y cuidado de los
niños y niñas en edad escolar. Garantizando a generaciones venideras un sistema
de enseñanza acorde con las exigencias de los nuevos tiempos.
Su
escrito autobiográfico, publicado póstumamente, “Confesiones” (1769), dan inicio
a un nuevo estilo de composición literaria con base a la narrativa sincera y
emocionada de la vida propia del autor. Es la precursora del género literario
denominado “memorias”. Sus obras
inconclusas Ensoñaciones de un caminante
solitario y La Era de la Sensibilidad (1776-1778), incurren ya en el
género de la introspección y la subjetividad que caracterizan los estilos literarios de los últimos dos
siglos.
A la vista de casi dos
siglos y medio de lucha, una consecuencia distante pero directa de la
evolución del pensamiento rousoniano es el Socialismo del Siglo XXI. La puesta en práctica de una educación
revolucionaria que garantice la supervivencia de los pueblos y los dote
de herramientas de lucha para la producción de nuevos modelos de
economía sustentable, de convivencia fraterna, de respeto y tolerancia por las
diferencias, y en contra de la devastación
imperial que impone el decálogo de
destrucción neoliberal a gran escala.
¡Nosotros unidos
venceremos!
ALEJANDRO CARRILLO