10 de enero de 1860
Publicado: 10/01/2019 06:00 AM
Zamora fue un gigante
revolucionario y genio militar siempre
adelantado a los acontecimientos. Desde
el 22 de febrero de 1859, fecha en que
inició su revolución campesina, hasta el décimo día del primer mes de
1860 cuando fue asesinado se efectuaron 119 batallas formales y 259 acciones
guerrilleras, organizó un ejército en
forma y disciplinado que ascendía a 22.350 soldados, sin incluir en este censo
los llamados cuerpos irregulares de guerrilleros que actuaban cohesionados en
la acción militar. Comandó de manera simultánea dos frentes de combate: la
guerra formal de ejércitos regulares en batalla, conjuntamente con la guerra de guerrillas y
emboscadas.
En un tiempo limitado
de 10 meses y 20 días planificó y consolidó los únicos triunfos memorables que
obtuvieron las tropas federales durante la guerra de 1859-1863. Salió del
Puerto de la Vela de Coro con 2000 efectivos
y llego al sitio de San Carlos con un ejército importante cuya cifra era tan significativa como su unidad
estratégica, su cabal entrenamiento y un equipamiento bélico sui generis; propio
de una mente audaz y del conocimiento a
fondo del entorno.
La revolución federal
fue un profundo sentimiento social de igual significación histórica que la
guerra nacional de independencia, ambas fueron guerras populares de corte social y hubo un hilo de continuidad
entre las dos. La
Guerra Federal coincidió en el tiempo con la gran crisis de sobreproducción
mundial de 1858, todos los precios de
nuestras exportaciones (café, cacao, añil, pluma de garza y derivados de la
caña – azúcar y ron) bajaron drásticamente. El déficit fiscal era de
13.374.631,30, equivalentes hoy a $4.000.000.000,oo. Los empréstitos solicitados a la banca internacional
para financiar la quebrada economía eran pactados en términos gravosos y con pago por adelantado de intereses de usura
de hasta el 60%. Todo ello dentro de un país que contaba con 1.560.433
habitantes, de los cuales la gran mayoría eran campesinos en situación de semi
esclavitud y de la pobrecía de los cinturones de miseria urbana que comenzaba a
establecerse en las ciudades.
Las acciones de
Ezequiel Zamora no estaban signadas por el proceder estrafalario y sanguinario de
un nuevo Boves, sino que supo descifrar los signos de su tiempo y cumplir su
misión patriótica al mando de los llaneros y campesinos que clamaban por “Tierras y Hombres Libres”, distribución equitativa de la riqueza,
elecciones populares directas, anulación de las leyes de usura agraria y
aniquilación del poder omnímodo de la oligarquía. En síntesis tomar el poder total para hacer la
revolución del pueblo.
Con relación a la
disciplina y moral revolucionaria Ezequiel Zamora fue estricto en los
procedimientos que aplicó a cualquiera de sus oficiales o tropa que
irrespetarán la propiedad, bienes o integridad física del pueblo. No transigió
siquiera con su General Martín Espinoza cuyos excesos lo llevaron a cometer
venganzas personales en estado de ebriedad. Fue sometido a juicio militar y
fusilado.
En relación a las
economías del Ejército Federal, Ezequiel
Zamora fue un verdadero ingeniero de las finanzas militares. Comenzó
por recaudar, para los gastos de campaña, los aportes económicos de 2.000 pesos que hicieron
sus propios hijos; estos fueron
aumentados con distintas contribuciones provenientes de familias afectas a la causa,
de sus propios generales, de préstamos en garantía y expropiaciones efectuadas
a los acaudalados oligarcas. A la fecha del sitio de San Carlos, donde entregó
su vida, Zamora dejo en moneda nacional y divisas extranjeras 157.500 pesos en
plata, suficientes para sufragar todos los gastos de la Guerra Federal.
En el plano humano
Zamora fue paradigma de lealtad con sus compañeros de lucha, se distinguió como
uno más entre sus soldados, convivía comiendo sus ranchos, compartiendo con la
tropa y ocupándose de los miles de problemas personales que tenía cada uno de
ellos. En el combate se ponía delante de la tropa y arrebataba al volantín el cornetín para resonar a pulmón las órdenes
en batalla. Era fraternal y afectuoso con los oficiales y daba todas las
explicaciones necesarias para dirimir cualquier diferencia. Así educó y
disciplinó a todo su ejército.
Venezuela en 1840 contaba con una extensión
territorial de aproximadamente 1.144.250 kilómetros cuadrados de los cuales a
la fecha de su asesinato Ezequiel Zamora controlaba el 75% sobre cuyo
superficie vivían 1.039.717 habitantes. Ante todo este torrente de triunfos y
aciertos militares no faltaban las rivalidades y conspiraciones varias contra
su vida.
La acción fratricida ocurrió en una zona de la
ciudad de San Carlos que ya estaba ocupada y bajo control de las tropas
zamoranas. Esa mañana del 10 de enero, en la torre de la Iglesia de San Juan
Bautista, estaba apostado el sargento G. Morón, escolta del General Juan
Crisóstomo Falcón, quien utilizando el rifle de su jefe disparó la bala mortal
que atravesó el cráneo de Ezequiel Zamora. Los testigos presenciales dan una
versión opuesta a la que fabricaron Falcón y Guzmán, según este último cayó
muerto en sus brazos.
La clásica pregunta que el rigor de las
ciencias jurídicas establece es: ¿Quid pro quo?, ¿a quién favorece? Para la tropa y
los oficiales fieles a Zamora la respuesta era evidente los beneficiados directos
del crimen fueron Juan Crisóstomo Falcón
y Antonio Guzmán Blanco. Tantas fueron las torpezas inauditas de Falcón en la derrota
de Coplé que tuvo que escabullirse a Colombia por la vía de los
llanos occidentales, mintiendo a los jefes zamoranos que se topó en él camino,
a fin de evitar una corte marcial que lo llevaría al paredón de fusilamiento. Mientras
tanto Guzmán blandía pruebas fehacientes de la felonía y traición del cobarde
que huía. Dé esto y todo lo demás hay muchas conjeturas, lo único cierto es que
esos dos enanos políticos y militares usufructuaron a placer el legado de
Zamora. Ninguno de los dos supo acrecentar la gloria este gigante de los llanos que en tan corta
vida hizo tanto por la causa bolivariana y por la clase campesina venezolana.
Los godos malandrines en Caracas y Valencia celebraron el macabro suceso y algunos cagatintas escribieron funestos epítetos clamando la bendición del cielo para la mano asesina que acertó el mortal disparo. Una guerra que los revolucionarios zamoristas tenían ganada en cuestión de semanas, se prolongó innecesariamente cuatro años más con una duración exacta de 1.770 días.