4 de febrero de 1992: Cañoneando a la injusticia
Publicado: 04/02/2021 06:00 AM
Los sonidos que dejan
las detonaciones de armas de fuego eran constantes en mi barrio de Catia, al
oeste de Caracas. Y, también con mucha frecuencia, en sectores populares
cercanos. Así que no resultaba sorpresivo que la escasa paz sonora de la que
ocasionalmente se disfrutaba, fuese permanentemente interrumpida por los
gatillos activados por el hampa. Por eso, el 4 de febrero de 1992, a
medianoche, no atendí a un lejano pero copioso estruendo que intentó complicar
mi sueño. Media vuelta sobre la cama acabó con aquella inesperada insurrección
de un insomnio que, horas más tarde, tendría justificadas razones de ser.
A las 5:00 de la
mañana, ante la aún oscura piel de la agonizante madrugada, todo comenzaba a
cobrar sentido. Declaraciones radiales de líderes nacionales e internacionales,
todos aliados al sector dominante de la derecha de entonces, mostraban
solidaridad con la “democracia” venezolana y su cabecilla. Ello me
permitió concluir que el escándalo bélico de las horas previas, tuvo su epicentro
en el Palacio de Miraflores, relativamente cercano al área en el que nací y crecí.
Admito que a partir de
ese momento, celebré entusiastamente. ¿Existían entonces los cuentos de hadas?
¡Parecía que sí!
El sufrimiento
acumulado por el pueblo tricolor, durante décadas, parecía haber recibido una
severa herida. Desconocía nombres de hombres, grupos y sectores valientes que
se habían atrevido a cañonear la injusticia. Pero, por ahora, no era
importante. Bajo el agua helada de la ducha el corazón palpitaba destellos de
esperanzas y la certeza de que la historia ¡por fin! reiniciaba su andar.
El desarrollo de la
mañana barajó identidades varias, para ubicar al jefe de lo que se nomenclaturaba
como una insurrección con perfil cívico militar, no obstante que el paso de los
años ha demostrado que fue más militar que civil. Hasta que a eso de las 11:00
am, la pantalla de la televisión criolla se petrificó.
No fue el “Por ahora”
su mejor carta de presentación ante mí. Hubo otra tan importante como esa y
¿por qué no? de mayor calibre conceptual: “Asumo la responsabilidad de este
movimiento militar bolivariano”.
¡Por fin alguien en
Venezuela asumía la responsabilidad de algo!
Mis fibras, unas más
entre las millones de quienes lo veíamos y escuchábamos, se cuadraron con la
firmeza de quien sabe desde un primer instante que está ante el signo adecuado.
“¿Bolivariano dijo?”. “Sí, bolivariano dijo, carajo”, nos contestamos garganta
adentro para certificar que contrario a la ideología dictatorial que pretendía
asesinar el pensamiento y la gloria de Simón José Antonio de la Santísima
Trinidad, nunca estuvimos errados. Bolívar no había muerto y Hugo Rafael Chávez
Frías allí lo demostraba.
También él permanece
con vida, a despecho de quienes siguen labrando para hacernos creer lo
contrario. El combate que libramos, día a día y segundo tras segundo, evidencia
que junto al Libertador nos acompaña en cada victoria y también en cada traspié
aleccionador.
¡Chávez vive…la lucha
sigue!
ILDEGAR GIL
@ildegargil