A Almelina la mataron en mi calle
Publicado: 20/04/2018 07:27 PM
EL 19 DE ABRIL DE 2017 LA CANDELARIA NORTE AMANECIÓ COMO CUALQUIER OTRO DÍA. NADIE SABÍA QUE LA MUERTE RONDABA SUS CALLES DE LA MANO DE UN VECINO, QUE HABRÁ RECORRIDO SUS CUADRAS TANTAS Y TANTAS VECES
La muerte esa mañana se despertó en mi calle. Se desperezó, se alisó la saya negra y salió resuelta a irse con alguien. A pesar de que era 19 de abril, Candelaria norte era la misma: mezcla de caras somnolientas con alguna que otra cola para comprar en el minimercado. “Amarillo”, el perro de la cuadra, tal vez estaría esperando que una mano benévola le lanzara un trozo de empanada. De fondo, el arañazo verde del Ávila que los edificios inmensos nos concedieron.
Almelina Carrillo y yo salimos temprano a lo mismo: buscar comida, llenar una bolsa y seguir existiendo en nuestras rutinas, sin sobresalto. Ella tenía guardia en la políclinica La Arboleda a la 1:00 de la tarde, yo el día libre. Nos separaba media cuadra cuando cayó al pavimento, producto del impacto de una botella de agua congelada sobre su cabeza.
PEQUEÑA HISTORIA
En nuestra historia comunitaria, en momentos como este, están de fondo las cacerolas y los gritos que salen de los balcones en contra del gobierno, de un equipo de fútbol, de un ladrón, de un policía. Mis vecinos desde siempre han atacado sus miedos lanzando objetos desde sus casas. El consejo comunal en formación de la zona lo sabe. En 2014, y después del 19 de abril de este año, tuvo que suspender sus actividades en beneficio de todos por temor a que uno de sus miembros fuera herido por los agresores anónimos habituales. La escena es así: “alguien está barriendo la calle pero es chavista, hay que atacarlo igualmente”.
Durante las guarimbas de hace tres años quemaron bolsas de basura y los mismos guardias admitían su imposibilidad de retirar los obstáculos porque les habían lanzado tiros desde un apartamento para evitarlo. Conocemos de memoria la violencia implícita en cualquier conversación de ascensor, de panadería o de bodega. A pesar de ser mayoría, moralmente han tratado de disminuirnos.
SU NOMBRE ES ALMELINA
Minutos antes de que Almelina cayera, una pequeña marcha de la oposición bajó de la esquina de Teñidero a la de Mirador. Se concentrarían en San Bernardino, uno de los 26 puntos que acordaron para su movilización de ese día. Mientras caminaba los escuchaba cantar: “Y va caer, y va caer, este gobierno va a caer”. No era nuevo, gritan lo mismo desde hace años. Candelaria es una zona popular y opositora. Basta volver la mirada a 2002, cuando en los edificios de la zona distribuyeron papeles sobre los números que debían tenerse a la mano en caso de un ataque violento de las “hordas chavistas”: Globovisión figuraba como la primera opción.
En solo segundos ocurrió eso que ha figurado en el imaginario colectivo como el más profundo temor: una marcha chavista bajaba de la esquina de Esmeralda a Mirador y otra opositora de Teñidero a Mirador. Era inevitable el encuentro. De inmediato comenzaron a cerrar los negocios, la gente empezó a correr y solo se veía terror en los rostros. Sin embargo, la crispación se diluyó. Cada una de las marchas siguió su camino sin que hubiera algo más allá de gritos. Aún queda en mi mente un cartel que llevaban unas abuelas que decía: “Sarría con Maduro”. La única amenaza era la de la sonrisa.
Con el aliento aún contenido, confié de nuevo en la Humanidad, en la fuerza que da comprobar que la confrontación es solo mediática y que pudiendo haber pasado lo peor, no pasó. Me equivoqué.
Una segunda oleada de gritos comenzó. La gente nuevamente corrió: “Hay un muerto, hay un muerto”, se escuchaba. Un grupo en una esquina contenía el miedo: “Le dieron a una señora con una botella en la cabeza”, alcanzó a decir una mujer vestida de rojo con mirada de angustia. “Están lanzando cosas”, dijo otra. Corrimos a ponernos a salvo bajo un techo. Una voz de mujer gritaba: “La mataron, la mataron”. Los vecinos dejaron suelta la fiera de su odio macerado, pues se creía que la víctima era chavista. Pensé en las abuelas de Sarría y me deshice. “¿Quién los manda a venir para acá?”, se preguntaban; “si ellos saben que lanzan cosas, ¿para que vienen?”, le decía una madre a su hija; “cierren bien las puertas porque esa gente es capaz de meterse a los edificios”, dijo el terror.
Una foto en las redes de Almelina inconsciente sobre un charco de sangre en el pavimento nos lanzó en la cara una dentellada de la violencia. Hasta ese momento no sabíamos nada. Su nombre era otro o se confundía con el de Carlos José Moreno, el joven asesinado de un disparo en la cabeza en la plaza Estrella, mientras la marcha de la oposición, en la que no participaba, pasaba cerca de su casa.
EN LA SALA DE ESPERA
“La familia de Almelina está en el piso 2”, me dijo el vigilante de la policlínica La Arboleda, donde ese día debió entrar a la 1:00 pm caminando y no dentro de una ambulancia.
Su sobrina, Maibel Franquiz, se separó del grupo familiar y titubeante accedió a contarme qué había pasado. Creo que las dos estábamos muy nerviosas. Como periodista no quería entrometerme en la vida de una familia que se desespera en la sala de espera. Como ser humano quería saber qué había ocurrido.
“Mi tía se llama Almelina Carrillo, tiene 47 años, no participaba en la marcha, no vive en La Candelaria”, fue lo primero que me dijo. Esa mañana había salido a comprar comida para sus padres, adultos mayores, puesto que tendría guardia el resto del día.
“La gente la veía ahí tirada en el suelo y no hacía nada, pensaban que ya estaba muerta. Al final unos policías la recogieron y la llevaron al hospital Vargas”. De allí la trasladaron a la clínica donde ahora estaba en pabellón.
Almelina había sufrido una fractura múltiple de cráneo. La intervención era muy delicada y el pronóstico reservado. Casi no nos salían las palabras, nada tenía sentido.
Al irme, el acceso principal estaba cerrado y tuve que atravesar la sala de emergencia. Una pantalla tenía la imagen de un cráneo con su borde seccionado en varias partes. Al leer el apellido confirmé mi sospecha: era el de Almelina. Hasta aquí habría que aclarar algo y pedirle a los lectores que dispensen la narración en primera persona: esta experiencia tan cercana a la muerte aún me hace estremecer. Meses atrás era yo quien estaba fuera de quirófano esperando el resultado de una complicada operación en el cerebro de mi madre. Cuando vi a la familia de Almelina, sentí cómo el desasosiego caminaba de nuevo conmigo.
Llamé los días siguientes a la clínica. Almelina seguía en terapia intensiva. Para quienes sabemos lo que eso significa, al tener alguna lesión cerebral, el panorama no era alentador. Finalmente, el 23 de abril distintos medios confirmaron su muerte.
En nuestra mente solo se repite el video del momento cuando el impacto desploma a Almelina. La mano victimaria fue a la nevera, sacó un envase y decidió atacar a los chavistas. Ella pasaba por la acera contraria, iba a trabajar “porque hay que comer”, dijo su sobrina. De esa manera tan vil y estúpida terminó su vida.
“Un irresponsable más”, dirá alguien para cerrar el caso. Uno más que se une a quien cree que ganar es exterminar al otro. El nombre del sociólogo Tulio Hernández estará relacionado siempre con este hecho porque la noche anterior escribió en su cuenta de Twitter que había que “neutralizar” a los chavistas con materos, de ser necesario. Evidentemente no fue el autor material, y es posible que el homicida no haya leído su tuit, pero dejó plasmado por escrito lo que ya sabíamos: la anulación y deshumanización del diferente, que ha sido la bandera de la derecha venezolana desde hace casi veinte años.
Cuando llegó el Cicpc la misma noche del 19 de abril, la gente caceroléo y les lanzaron objetos a las patrullas. Las cosas se calmaron una semana después, luego de que hicieran una guarimba en una calle y unos guardias la quitaran. Esa noche hubo lacrimógenas y un profundo silencio. Esta historia aún no termina. Esperamos que se haga justicia y que los vecinos empiecen a entender que los invisibilizados por ellos no somos sus victimarios.
NATHALI GÓMEZ / ÉPALE CCS