Chavistamente: El miedo que reventó al miedo

"Paradójicamente, el miedo más aterrador ha sido el antídoto contra la locura que nació del miedo"
Con El Mazo Dando

Publicado: 26/02/2020 05:29 PM

“¡Yo soy demasiado inteligente para dejarme manipular!” –me decía con la voz estrangulada de angustia y los ojos desorbitados de rabia y miedo. Era el año 2002 y el ruido de fondo era la musiquita terrorífica Globovisión. La patria potestad de sus hijos estaba en juego: “se los van a llevar a Cuba” –repetía, estrujando nerviosa su certificado de inteligencia. Poco después salvó a sus retoños de las garras del comunismo llevándoselos lejos de su país, para nunca más volver.

Así fue como comenzó esta cruel historia donde los opositores más fervientes han sido las primeras víctimas de la propia oposición.

Los que manejan los hilos sabían que con política y argumentos no iban a poder. Veníamos de un proceso de descomposición muy mugroso. No había una sola cara limpia para plantarle la cara al chavismo. Había que embarrarlo, convertirlo en algo pavoroso, el miedo es siempre tan útil: entonces pusieron a Chavez a decir lo que nunca dijo: ”Vamos a freír las cabezas de los adecos en aceite”.

¿Pero cómo sabes que dijo eso? –preguntaba yo, y la respuesta “inmanipulable” era reveladora: Paulina Gamus puso a correr un audio de un imitador de Chávez porque, según, cuando Chávez dijo lo que nunca dijo, allá en Cabimas, ¿o era en Puerto Ordaz, Cumaná, Los Teques? ¡Qué importa!… cuando se supone que Chávez amenazó con freír a los adecos cual empanadas de cazón, no se oía bien y nadie pudo grabarlo, y como comprenderás, una cosa así no podía pasar por debajo de la mesa, así que Paulina, diligente adeca, contrató a un imitador para fabricar ese pedazo de historia que nunca sucedió.

Miedo, miedo, rabia, rabia. ¡Yo no puedo vivir bajo el mismo techo que un chavista apoya la fritanga de cabezas adecas! Y los hermanos se separaron. “Chávez nos separó” –explicaba el hermano “inmanipulable”, “porque si Chávez no hubiera existido, mi hermano no sería chavista y yo no habría tenido que botarlo de mi casa y dejarle de hablar”. Chávez dividió al país.

Así, a los largo de estos 20 años, gente demasiado inteligente para dejarse manipular ha creído que los bombillos espían, que la leche de Mercal tenía radioactividad de Chernobil, que Chávez, y ahora Maduro, se mantienen en el poder porque tienen un santero en “los sótanos de Miraflores”, un lugar que, por cierto, da para todo: desde templo para rituales de santería,  como cámara de tortura, o bóveda para ocultar el oro y hasta como sala de fiesta para celebrar ostentosas bodas chavistas “lejos del deprecio del pueblo”.

No dudo, ni por un instante de la inteligencia de quienes creyeron semejantes babosadas. Lo digo en serio. Muchas de las víctimas de esta operación psicológica son mis amigos, mis primos, mis tíos, gente muy querida. Gente buena, normal y corriente, que a punta de miedo han sido empujados a atentar contra ellos mismos una y otra y otra vez, creyendo que atentan contra nosotros, los chavistas.

Así se han encerrado en sus propias calles, con malandros encapuchados contratados por sus líderes de turno para tumbar a Chávez, entonces, o ahora a Nicolás, trancando una avenida en  La Boyera por donde él nunca tiene que pasar. Atrincherados en sus apartamentos, muertos de miedo, siempre el miedo, importante el miedo, se riega la sospecha de que entre ellos hay un “sapo chavista”, más miedo, y ahora más rabia, carajo, ¡vamos a linchar a esos bichos! Y salen a cazarlos, “inmanipulables”.

El fracaso continuado requiere jurungar aún más esas psiquis criminalmente jurungadas y no hay piedad. Así, el penúltimo capítulo de esta historia fue “la diáspora”, la necesidad apremiante de huir de este país, como sea, a donde sea, ni importa. ¡Corran! Y corrieron. Remataron sus bienes por lo que les dieran, y los que saben, les daban casi nada, frotándose las manos. Con lo puesto y un puñado de dólares que aceptaron por su apartamento de tres habitaciones, dos baños y estacionamiento, subieron a un autobús rumbo al maltrato, a la explotación, al deprecio. 

Ingenieros “inmanipulables” convertidos en choferes de Uber. Doctores repartiendo comida rápida a domicilio. Tres familias hacinadas en un apartamento en Santiago, evitando recordar que cada una de ellas tenía su propio apartamento de 150 metros cuadrados y que ya no lo tienen porque lo vendieron por lo que cuesta un carro de tercera mano.

Hoy leía un reportaje de la BBC que relata la tragedia de los venezolanos que se fueron a pedir asilo político a Alemania. La historia de gente, inmanipulable, que dejó todo porque en este país no se puede vivir y termina viviendo un infierno en los centros de reclusión para inmigrantes, que no son más que cárceles para gente inocente.

Tanta crueldad, tan sin frenos, tan directo al abismo, con tanto desprecio a su propia militancia… los mandaron a quemar sus calles y las quemaron, los mandaron a lanzarse al Guaire y se lanzaron, los mandaron a aplaudir sanciones y las aplaudieron. ¿Quién quiere una invasión? –preguntó el líder de turno y todos los que fueron a su marcha dijeron ¡yooooo!, toda euforia, toda locura suicida, la suma de todos los miedos inducidos, de toda la frustración que se cura de un solo guamazo con una inyección de pensamiento mágico: dos bombitas en Miraflores y seremos Escandinavia, pero con playas tropicales y whisky con agua de coco.

Pero no se puede torcer tanto todo sin que algún momento se mueva la fibra de la razón, o al menos el instinto de autopreservación. Así, un año después de la anhelada invasión por Cúcuta, aquellos que entonces esperaron, envueltos en banderas de barras y estrellas, la llegada de los Marines por La Carlota, hoy rechazan la locura que desearon. Hoy, casi el 90% de los venezolanos rechazan la invasión militar que Alimaña presenta como su mejor carta -siempre sobre la mesa-.

Paradójicamente, el miedo más aterrador ha sido el antídoto contra la locura que nació del miedo. Es que estiraron tanto la liga que nuestros amigos “inmanipulables” finalmente notaron que ya no lidiaban con un ridículo y fantasioso bombillo espía, sino con la más real y peligrosa amenaza contra sus vidas vida, sus bienes, su todo. Y resultó que esa amenaza real no viene de un chavista sino del Capitan América, el “héroe de la película” que, se supone, es el que iba a salvarlos del chavismo malvado.

Así, a un año de la fracasada invasión “sí o sí”, pero no se vistan que no van, cuando el chavismo garantizó ooootra vez la paz para todos, el único e involuntario logro de Alimaña y sus titiriteros ha sido que, gracias a su torpísima y peligrosa brutalidad, surge por fin esa necesaria oposición que sí quiere a su país, finalmente uniéndonos a chavistas y opositores en un punto de partida común para empezar a avanzar: la voluntad irrevocable de defender a Venezuela de la amenaza que los gringos y Alimaña representan. 

Sigan así, pues, que vamos bien… ¡Nosotros venceremos!

CAROLA CHÁVEZ

@tongorocho

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