Chavistamente: Vueltos un C.U.L.O.
Publicado: 11/03/2020 02:32 PM
Las
cadenas de Whatsapp ardían la noche previas al nuevo día D: el
coronavirus -¡carajo!- no termina de llegar a Venezuela, aunque un
doctor renombradísimo cuyo nombre nadie recuerda, trajo un poco de
sosiego al alma de la sociedad civil al afirmarle a los periodistas
dependientes de Elliot Abrams, que le suplicaban buenas malas noticias,
que “el coronavirus llegará pase lo que pase” ¡Toma tu tomate, Maduro!
“Lo
bueno –escribía Gladys en el chat del condominio– es que si no llega el
coronavirus, mañana llega la invasión militar. Mira que Bolsonaro ya lo
dijo y Trump también. Así que muchachas, a desempolvar las viseras años
setenta, las banderas siete estrellas y los zapatos marcharines, que
mañana, al son del bombardeo internacional, tumbamos al autobusero
cucuteño”.
“Yo
ya estoy lista. –contestó Mireya, justo antes de apagar la lamparita–
Voy a dormir vestida por si acaso la intervención extranjera empieza más
temprano, porque tú sabes que el venezolano es flojo y en cambio los
gringos son puntuales y cero guachafita, así que aquí estoy, vestida y
arropada con la bandera de los U.S.A que me mandó Luis Julio de Miami
-¡tan bello!- me dijo: mami, lleva siempre esta bandera encima para que,
cuando lleguen los marines, sepan que tú eres su best friend forever”
Llegaron
a las nueve y media, aunque la convocatoria era a las diez. Estaban
todos: el señor del papagayo, la adeca que se disfraza de estatua de la
libertad cubierta de logotipos de AD y de RCTV, la señora que hizo pupú
heroicamente en el bulevar de El Cafetal, esa que inspiró todo un
novedoso método de lucha que incluyó el envasado y lanzamiento de caca y
el nado sincronizado en el río Guaire, para llegar a Miraflores
oliendo, no precisamente a flores, por cierto… Estaban también los
periodistas dependientes tratando de buscar el mejor ángulo para que
aquello pareciera una manifestación multitudinaria. Menos mal que
siempre vienen los periodistas, que son muchos y hacen bulto. Faltaba
Miriam, ¡qué raro! ella nunca ha fallado al llamado a la libertad.
Miriam
llegó y no es que llegó como quién llega a cualquier marcha, no, ella
llegó para triunfar. “Si el señor del papagayo, y la estatua RCTV, y
todas esas personas son famosas ¿por qué yo no?” –se preguntó una tarde y
esa mañana definitiva se respondió con un disfraz impactante: un casco
de plástico rojo con una estampita de San Miguel Arcángel, espada
ardiente desenvainada, pegada al frente y, a ambos lados de la estampita
libertaria, el número 1057: los días que lleva en la calle peleando por
la libertaC. Llegó, señoras y señores, La abuela del casco rojo.
¡Tiembla, Nicolás!
Distintos
voceros antichavistas iban llegando goteaditos, directo a los
micrófonos, desde donde acusaban a futuro a Nicolás de un violenta
masacre que tanto necesitan y que nunca sucede.
Finalmente,
al mediodía, llegó Guaidó sin bombas, ni marines. Llegó saludando, como
si nada, a los atónitos marcharines que esperaban mucho más.
“Mñngfggfffñ
apoyo internacional mñffgñfgsghjgh Maduro tiene miedo ñññjfgmñghfff
dictadura, vamos al centro de Caracas a sesionar hghgffñ”.
Emprendieron
la marcha hacia el Centro y a los cinco minutos supieron lo que ya, a
estas altura de la vida, deberían saber: a joder al Centro, no van.
“Somos
pacíficos, no caigamos en provocaciones” –declaraba Alimaña mientras
sus seguidores decentes y pensantes insultaban, empujaban y apaleaban a
los policías que no los dejaban pasar. Piedras, palos, lacrimógenas.
¡Corre, Gladys! -dijo la abuela de casco, experta en estos temas
libertarios.
“Vamos
a Las Mercedes mññffghj” –dijo el líder de la marchita, y la marchita
marchó a Las Mercedes. “Mñññfgdhh vamos a La Libertador ghghññf” –cambió
la seña y los marcharines marcharon a la Libertador. “¡Mllgghdfdff
todos a La Sadel ñgghhfff!” – volvió a cambiar la seña, ya sin brújula,
ni vergüenza, y la abuela del casco rojo se arrechó y batuqueó el casco
contra la acera y la estampita del Arcángel San Miguel salió volando
como diciendo: ¡no me lo calo más!
Los
pocos que llegaron a la Sadel, los que no se quedaron en los
restaurantes de Las Mercedes que hipnotizaban a esa hora con los aromas
de carnes a la parrilla, mariscos a la plancha, pizzas con sobredosis de
albahaca fresca; todo parte de la crisis humanitaria que vive ese
sector de la Capital… decía, que los que no se tropezaron un un
exclusivo restaurante, llegaron a la plaza para encontrarse con la
bofetada de un acto preparado con premeditación y alevosía: el escenario
montado desde temprano, tarima con banderota, con sillas de la agencia
de festejos, con periodistas que transmitían de avanzada, mientras la
abuela del casco y su amigas del chat del condominio corrían de un lado
al otro persiguiendo al gafo ese que desde siempre supo que al Centro no
iban, que la cosa era en la Sadel. Que toda aquella pantomima del tipo
arrechito que “pone el pecho” era eso, otra pantomima, y que ellas,
ooootra vez, como todas las veces en estos 20 años, volvieron a marchar
hacia la nada, con la nada.
Desde
la plaza, la promesa de más marchas definitivas, bombardeos, bloqueo y
–ojo, Gladys– el coronavirus, tema que dejó Guaidó colgando como una
amenaza “para mañana”.
Así
están, otra vez arrastrando los pies regreso a casa. Desinflados,
aferrados a que alguna furia natural, o no, que arrase con todo -¡no
joda!- una hecatombe que no deje piedra sobre piedra en esta vaina, para
que por fin podamos vivir en libertad.
Y
yo, cuando veo a esta gente en estos trances, cuando leo sus tuits
desesperados pidiendo una libertad que ya tienen. Cuando veo en sus
perfiles las fotos de sus hijos, sus nietos, de sus perritos y gaticos,
de sus vidas buenas, me pregunto ¿de qué libertad hablan?. Parece que la
única libertad que no tienen es la libertad de razonar, coartada por
Gladys y Mireya, comandantas del grupo de Whatsapp, que acusan de sapo
infiltrado a cualquiera que diga medio diga que lo que quiere es vivir
en paz.
Ya
entrada la noche, cuando imaginábamos que ya no podían cagarla más,
sale Juan Pablo Guanipa y le dice a Carla Angola que hoy nació, de sus
propios cerebritos, una nueva organización, que es la misma de siempre
pero con un nombre arrechísimo: El comando unificado de la oposición
¡C.U.L.O!
¡No
faltaba más! Si pelando las nalgas en una calle de Caracas fue cómo
Guaidó saltó a la infamia y entregándoselas a los gringos llegó a la
tarima de utilería donde está montado hoy. ¿Qué nombre mejor que C.U.L.O
para algo que dirija Guaidó?
En fin, que así fue, ni más ni menos, como después de 20 años de fracasos, la oposición venezolana terminó vuelta un C.U.L.O.
¡Nosotros venceremos!
CAROLA CHÁVEZ
@tongorocho