Crónica del magnicidio de Delgado Chalbaud a 68 años
Publicado: 13/11/2018 06:57 PM
Era el amanecer de un
lunes del 13 de noviembre de 1950, el Coronel Delgado navegaba en el tiempo pensando en la travesía del FALKE,
21 años atrás. Mientras se disponía a vestir su uniforme militar y enrumbarse a
Miraflores divagaba sobre las aventuras y desventuras de ese desafortunado
desembarco del cual él fue protagonista de excepción. Ya parado en el garaje de
su casa encendió un cigarrillo y dio pasos sobre la grama del jardín para observar complacido al gigante Ávila que sirve de muralla a la ciudad.
Puede ser que su
aguda visión de Ingeniero de Obras Públicas se deslizó para dibujar sobre la
gran montaña los trazos del cableado y las torres que cargarían los vagones por distintos tramos del teleférico. Sobre las
lomas del cerro encantado, con luz de visionario, proyectaba las picas sobre
las cuales, a lomo de mulas,
transportarían los materiales para construir el ingenioso hotel que coronaria
la cumbre del proyecto. Estaciones hasta
el litoral, telescopios para admirar al mar Caribe de un lado y del otro el
Valle de los Indios Caracas; pistas de patinaje sobre hielo, restaurantes, caminerías
e instalaciones de primera, espacios cinco estrellas para un pueblo que
merecía ser tratado como tal.
Podría haber recordado también el comandante Delgado, sin
saber que eran los últimos instantes de su vida, como expresó al padre su
voluntad firme, pura, simple, perfecta e irrevocable de acompañarlo en aquel barco cargado de sueños
para reivindicar la dignidad de la patria. Navegó en el FALKE con Román Delgado
Chalbaud para verlo morir abaleado en Cumaná el 11 de agosto de 1929. La vida
fue corta y dura para los dos. Cuando sólo contaba con cuatro años de edad su
padre fue encerrado en La Rotunda por conspirar contra Gómez, en una celda de
2x1 con grillos de 80 libras e incomunicado los primeros 18 meses; la ración
diaria era de 200 gramos de arroz con lentejas, una taza de agua y otra de café,
siendo objeto de vejámenes y torturas por los siguiente catorce años. Nereo
Pérez administraba torturas en la
Rotunda y Duarte Cacique vidrio molido en el Castillo Libertador. Nadie salía
ileso, casi todos muertos y tiesos.
A los 19 años al
joven huérfano no le quedó otro remedio que regresar a París como portador de
las malas noticias y tratar de rehacer su vida. Su mundo estaba circunscrito al
exilio, la clandestinidad, la expedición, los revolucionarios y la muerte. Se refugió en los estudios y
egresó del Liceo Lakanal de París con el título de Bachiller mención Ciencias,
Filosofía y Latín; posteriormente se
graduó como Ingeniero y luego cursó durante cuatro años de especialización en
la Escuela Superior de Guerra de Versalles. En esos esfuerzos por cultivar una
preparación suficiente y lograr un peso específico propio que le permitiera
trascender los sueños de su padre conoció a la dirigente del Partido Comunista
francés Lucia Levine, dama de origen ruso, con quien contrajo matrimonio en
1933.
Hace hoy 68 años que el comandante Delgado, en esa
última mañana de su vida, observaba abstraído los rasgos de la verde montaña visualizando el
proyecto de país y evocando también la
memoria de su Pater Familiae. En ese instante el edecán se le acercó para
informarle que ya la caravana estaba lista para partir a palacio. La agenda de
ese día era intensa. Ya montado en el vehículo presidencial Delgado Chalbaud no
sospechaba nada anormal en su entorno. La caravana pasó el arco del garaje de su residencia para
entrar en el umbral de la muerte.
Segundos antes la
esposa del troglodita de ultraderecha Rafael Simón Urbina estaba en su coche
estacionada frente a la quinta para dar la señal que indicaba que el auto
presidencial se disponía a salir a la calle, tocó tres veces la corneta. Apenas
salió a la calle él Presidente Delgado, un
vehículo trancó el frente y otro cerro
la retaguardia. El propio Urbina lo bajo del carro y lo forzaron a entrar a
otro en compañía de su edecán Bacalao Lara. Eran 20 cobardes armados contra
solo pocos de la guardia presidencial. En
el trayecto entre insultos proferidos,
vejámenes y forcejeos se fue un tiro que hirió al cabecilla de los
magnicidas. El Presidente Delgado vió una oportunidad para dialogar y calmar a
los asesinos, pero aun así no pudo salvarse. Llegaron a la quinta Maritza,
calle La cinta en Las Mercedes,
escenario de la masacre, y propiedad del
acaudalado señor del petróleo Antonio Aranguren, quien financió toda la
operación de secuestro y magnicidio.
El agresor Urbina cumplió con la orden imperial de asesinar al presidente, el magnicidio se consumó, pero fue devorado por su propia conspiración, se le atravesó la muerte cuando se disponía a asilarse en la embajada de Nicaragua buscando la protección y abrigo de asesinos iguales a el: los Somoza.