Cuando ganan los pueblos

El 5 de enero de 2021 se instaló la Asamblea Nacional de Venezuela, legítimamente electa por la voluntad del pueblo
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Publicado: 06/01/2021 11:40 AM

El jefe de Estado es la persona que ha sido electa o nombrada de acuerdo con las normas que rigen un país; los conflictos sobre la adjudicación del cargo se dirimen delante de las autoridades competentes; lo que se alega, se prueba. Tres normas absolutamente claras, básicas, hijas del liberalismo y de la noción del Estado de Derecho que se complementan con otras, posteriores, como aquellas que afirman la superioridad de la Constitución mientras le prohíben a los parlamentos cambiar esta norma o les someten este trabajo a un procedimiento más difícil, al tiempo que crean jurisdicciones constitucionales como espacios máximos para mantener la paz, el equilibrio y los derechos fundamentales.

Todas estas normas, que forman parte del constitucionalismo moderno le fueron una a una negadas a Venezuela cuando la decisión fue apoyar un golpe de Estado “a través del Derecho”, es decir, de la simulación que el Derecho venezolano permitía quitar a un Presidente electo, nombrar como interino paralelo a un diputado, establecer un “Estatuto de la Transición” que condicionaba la Constitución mientras la Asamblea Nacional autorizaba la entrada de fuerzas enemigas y finalmente, que se descartaran las elecciones para reemplazarlas con una “consulta” por redes sociales que permitiría una “continuidad administrativa” cuando una legislatura había expirado.

Es increíble darnos cuenta que todo esto pasó y que incluso no fue lo único que ocurrió. También tenemos el recuerdo de una primera sesión del período fenecido que iniciaba con la promesa que el Poder Legislativo podía anular, reemplazar o acabar con el resto de los poderes; que se declarara el abandono del cargo de un Presidente que estaba en Miraflores y que finalmente, un paratribunal con sede en Colombia –tras un bochornoso intento de tener sede en Panamá- enjuiciara al Presidente y decidiera, al tiempo que se desboronaba, mil caminos para validar todas las formulas del “Maduro vete ya”.

¿Sirvió esto para algo? Al sentir hoy que tenemos una nueva Asamblea Nacional podemos creer que no sirvió para nada. Sin embargo, la verdadera pregunta es a quién le sirvió. Como en todas las “guerras jurídicas” lo que hicieron permitió una apropiación y repartición de bienes venezolanos como botines de guerra. Sirvió para alimentar dos teorías que se escriben sobre Venezuela: el Estado fallido y la crisis humanitaria. Para establecer un marco para el dictado de “sanciones” que son actos de piratería y finalmente, para intimidar algunos gobiernos y personas que apoyaban el proceso venezolano.

Sin embargo, llegó el momento que seguir halando el hilo se volvió inútil porque esta estrategia no acercaba el cambio de régimen que aspiraba y comenzaba a ser peligrosa por aquello de los precedentes que son tan importantes en la diplomacia y el Derecho Internacional. También quedó en evidencia lo testarudos que somos los venezolanos en no rendirnos por estrategias de humillación y de fuerza.

El tiempo que ahora inicia arranca cargado de retos fundamentales. El primero, es la reconstrucción del espacio político de la Asamblea Nacional y desde allí el impulso de un trabajo de dialogo que incorpore el mayor número de sectores y colores. El segundo, es la atención de toda la situación social que enfrenta el país, marcada por la insuficiencia del salario, la precaria prestación de los servicios públicos y la necesaria reivindicación de los derechos socioeconómicos.

Pero ¿tenemos una noción de lo que hemos conquistado? La mayor parte de las personas con las que una conversa tienen la marca de estar viviendo la guerra. Conocen en carne propia lo que hemos aguantado. Las personas que, vistas las nuevas realidades, han enfermado o han fallecido; quienes no consiguen llenar el plato o arreglar las cosas. Sin embargo, creo que necesitará que pasen muchas cosas en nuestra región para que nosotros veamos todo lo que significa que hoy tengamos: nueva Asamblea Nacional, mismo Presidente de la República y que se venga abajo el castillo de naipes que sustentó el gobierno paralelo.

El antropólogo haitiano, Michel-Rolph Trouillot, cuando reflexionaba sobre la Independencia de Haití decía que esta era fue “una Revolución impensable” y que, por eso, para muchos de sus contemporáneos fue un “no acontecimiento” porque los negros haitianos, tenidos por sumisos y brutos no podían ser los que encendieron la antorcha de la Libertad. Los intelectuales no tenían referentes de sentido para explicar semejante hecho, no había instrumentos de pensamiento que sustentaran que esto pasara entonces decidieron ignorarlo, disminuirlo, negarlo.

Esta victoria venezolana pertenece a esa familia de acontecimientos. Se escribe entre aquellos que resultan inapreciables para quienes analizan el mundo desde las interpretaciones más convencionales y es como la Revolución haitiana un capítulo escrito por personas cuyo heroísmo, cuya capacidad y cuyo civismo ha sido permanentemente negado por quienes ven, en el poder del primer mundo la única clave para entender la realidad.

ANA CRISTINA BRACHO

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