La dieta del petróleo, esclavitud urbana y guerra cultural en Venezuela
Publicado: 11/07/2018 08:23 AM
Un evento en el siglo XX cambió sustancialmente la historia de Venezuela: la aparición del petróleo. Venezuela dejaba de ser mina agroexportadora de cacao y café para ser una mina exportadora de materias primas de origen mineral e hidrocarburos, tal cual lo determinaron las grandes potencias europeas al repartirse el mundo.
El fantasma
del desarrollo petrolero
Con el "desarrollo" petrolero, producto de la
inversión de los excedentes del capital financiero-monopolista, el Estado
venezolano logró incrementar los ingresos en divisas, dispuso de recursos
crecientes y el ingreso por persona alcanzó niveles similares a los de algunas
naciones avanzadas, lo que se desarrolló fue la capacidad importadora para
satisfacer las necesidades creadas de bienes y servicios.
Hasta acá pareciera que la capacidad de consumo de toda la
población aumentó; no fue así. No se puede hablar de la Venezuela petrolera sin
tomar en cuenta la acumulación de la renta petrolera de la
"burguesía" parasitaria y de un funcionariado que convirtió al Estado
en la caja chica de esa clase. De allí que lo que llamamos "estabilidad
política" está sujeto a quien tiene poder sobre el petróleo, nuestra
principal fuente de riqueza, y a quien orienta la cultura que éste ha generado.
El petróleo, como pocos productos de exportación, ha sido
vinculado por las clases políticas y empresariales a conceptos como
modernización, democracia, bienestar, progreso, acorde a la cartilla
civilizatoria de los poderes europeos. Sin embargo, la industria monopolista
fortaleció y se asoció a una franja de la clase media que va desde los
tecnócratas hasta los intelectuales, pasando por la misma clase obrera
concentrada en las "ciudades petróleo" para venderles un proyecto
nacional que incluía todo ese paquete conceptual.
El mito de "sembrar el petróleo" se concretó en un
proceso de industrialización fantasma que aún adolece de una dramática
dependencia de insumos y bienes de capital importados. Más dramática es la
dependencia de las fluctuaciones del mercado exterior, con todo y que la OPEP
ha logrado disminuirla. Por consecuencia, de lo descrito derivan procesos
económicos y sociales en los que el capitalismo rentístico frustra cualquier
pretensión de enarbolar un modelo que lo contradiga, el intento que consumió a
totalidad la vida de Hugo Chávez.
La
inserción de la cultura del petróleo
El antropólogo Rodolfo
Quintero describía la cultura del petróleo como "una cultura de
conquista que establece normas y crea una nueva filosofía de la vida para
adecuar una sociedad a la necesidad de mantenerla en las condiciones de fuente
productora de materias primas". Este proceso no ha dejado de ocurrir, se
hace y transforma a cada segundo, en cada hábito que se internaliza en el
quehacer cotidiano.
El análisis sigue y se ha escrito mucho al respecto; ahora
nos detendremos a contemplar cómo la guerra que ha desatado esa misma
"burguesía" contra Venezuela se afianza sobre esa cultura, en
específico sobre nuestra cultura alimentaria.
En nuestra condición de mina no solo cambió nuestro concepto
y materialidad de vivienda y vestido, sino la forma de alimentarnos. Del ritual
impuesto por los europeos, pasamos a la comida rápida y prefabricada que
desacraliza el acto de comer y lo convierte en una transacción más.
Ese imaginario de consumo penetró mediante la propaganda que
nos vendió como "progreso" el ser clientes sumisos de los productos
de las empresas monopolistas, llámese vestidos, alimentos o vivienda, llámese
también el tiempo y espacio necesario para ser sus esclavos.
El petróleo incluye a Venezuela en la órbita política,
cultural y social de Estados Unidos, el american way of life. Aun cuando nunca
fue pensada para todos, la idea del confort se fue adhiriendo a la defensa de
la "libertad" individual, que se basa en apartar al Estado de la
economía, añorar lo extraño y ver la tierra venezolana como un producto para
extraer y mercadear.
La
petrodieta del esclavo urbano
Luego de la Segunda Guerra Mundial, comenzaba la gran
aceleración (1950). Las élites subordinadas de las periferias latinoamericanas
intensificaban su imitación gastronómica del american way of life. Un ejemplo
sencillo es la popularización del formato de desayuno consistente en jugos,
cereales (de avena, trigo o maíz), café con leche, tostadas o jamón con huevos.
Más que una imitación directa, estos hábitos responden a presiones económicas y
de tiempo, originadas por los intereses de comercialización e industrialización
de corporaciones transnacionales.
Los centros urbanos fueron pensados para concentrar la fuerza
de trabajo, no para la vida plena. Dentro de toda la estandarización que
contienen, está la del consumo de alimentos, por ello aumentó la importación de
leche, huevos, maíz, trigo, así como se sustituyeron las bebidas tradicionales
por las industriales de origen extranjero. De esta manera, mientras progresaba
la instalación de plantas "nacionales" con tecnologías controladas
desde el extranjero, se vendió la idea de la "capacidad productiva"
como la posibilidad de reprocesar o empacar productos alimenticios.
Desde la agroindustria se gobierna sobre la llamada
"canasta alimentaria", elaborando y distribuyendo productos
ultraprocesados con alto contenido de azúcar, grasa y sal, cuyo consumo se
cuenta entre los factores de riesgo más importantes para desarrollar sobrepeso,
obesidad y enfermedades no transmisibles (ENT) como la diabetes tipo 2,
hipertensión, enfermedades cardiovasculares, enfermedad respiratoria crónica y
algunos tipos de cáncer. Estos constituyen hoy día la principal causa de muerte
en el mundo.
Se estima que alrededor del 58% de la población
latinoamericana y caribeña (cerca de 360 millones de personas) tiene sobrepeso,
y que la obesidad afecta al 23% (140 millones). Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), Venezuela era en 2014 el
cuarto país con mayor porcentaje en prevalencia de sobrepeso y obesidad en
población adulta (mayores de 18 años) en países de América Latina y el Caribe
con un 61%.
Dicen la FAO y la OMS que esto se agudiza por los estilos
de vida más sedentarios, jornadas laborales extensas, desregulación del mercado
y publicidad de productos alimenticios no saludables, incentivos fiscales y
otras fallas de mercado que favorecen productos que promueven la ganancia de
peso, además de los procesos de urbanización sin un planeamiento para una
movilidad más activa y menos motorizada.
Venezuela, como otros países de la región, presenta en los
productos de la "canasta alimentaria" mayores precios por caloría
para las verduras que para las bebidas azucaradas. El azúcar y las mantequillas
y aceites son fuentes crecientes de calorías abundantes y baratas, además, los
productos de charcutería (carnes procesadas) estaban entre los tres primeros
productos de consumo en la IV Encuesta
Nacional de Presupuestos Familiares (2008-2009). Más allá de los problemas
de acceso y consumo que puedan estar ocasionando la especulación y
acaparamiento de estos productos, el descontento social es por el shock
cultural que provoca la escasez de esos productos ultraprocesados, inducida por
cadenas agroindustriales.
Según la investigadora Pascualina
Curcio, del total de rubros alimentarios disponibles, en promedio 88%, se
produce en nuestro territorio (con semillas, agroinsumos y alimentos
balanceados importados, cabe destacar), el 12% restante ha sido y sigue siendo
importado. El 50% de la producción total de los alimentos procesados y de
elaboración rápida (arroz, harinas, pasta, carnes, lácteos), impuestos como
hábito por la cultura del petróleo, está concentrado en el 10% del total de
empresas privadas monopolistas y su paquete tecnológico altamente dependiente
de petrodivisas, no es casualidad. Así y para eso fue diseñado.
La cultura del petróleo nos inoculó hábitos que nos hicieron
dependientes, no solo fisiológica, sino culturalmente. Para poder trabajar en
los centros urbanos y dedicar el tiempo a trasladarnos a fábricas, oficinas,
centros de servicios, debemos olvidarnos del trabajo que, en otros tiempos y
lugares, ha llevado el proceso de preparación de los alimentos. Pilar, picar,
fermentar, lavar alimentos frescos significan "atraso" para el
habitante urbano. Progreso es cocinar lo precocido, aliñar con glutamato,
congelar y descongelar, endulzar con azúcar refinada y tardar el menor tiempo
posible para disfrutar las mieles del desarrollo.
Se hace difícil que la pura gestión gubernamental contrarreste este diseño cultural anclado a nuestro sistema de valores; ahí es de donde se ancla la guerra.
EDER PEÑA / MISIÓN VERDAD