¡Ni más ni menos! Esta era la "Negra" Matea
Publicado: 24/09/2019 03:30 PM
En el día de San Mateo Apóstol, 21 de septiembre de 1773, hace 246 años, nació en la Hacienda “El Totumo”, de la localidad de San José de Tiznados – edo. Guárico, la Negra Matea Bolívar.
La fazenda de “El Totumo” era solo una parte de la gran heredad de Juan Vicente Bolívar y María de la Concepción de Palacios y Blanco, progenitores de quien inmortalizaría sus apellidos. Siendo niña esclava fue llevada hasta la colonial ciudad de Caracas para ser aya y cuidadora a tiempo completo del niño Simón, menor de los cuatro hijos de la familia.
Su presencia fue esencial en el desarrollo del infante. Estuvo cercana en todo momento, como ángel de la guarda le ayudó a dar sus primeros pasos. Hipólita fue la nodriza quien lo amamantó; Matea diez años mayor que él niño, fue como una hermana, quien lo mimó, compartió juegos, animó paseos y contó historias fabuladas al futuro Libertador de seis naciones.
Los juegos infantiles de la época colonial fueron las primeras formas de interactuar del acaudalado huérfano con el mundo exterior. Matea sin lugar a dudas estuvo ahí siendo la primera guía y ductora del delgado, nervioso, inquieto y travieso “Simoncito”. La seguridad que en sí mismo siempre manifestó, la rebeldía volcánica, la precocidad en sus ideas, el temple de su carácter y la determinación en sus acciones se deben en gran parte a ella.
Sin quererlo Matea fue maestra de Bolívar y junto con sus preceptores y maestros conformó esa primera comunidad de afectos que lo hizo un hombre de acero. Los profesores del niño fueron: el sabio Miguel José Sanz, el sacerdote matemático Francisco de Andújar, el humanista Andrés Bello, y el genio de la educación moderna Simón Rodríguez. Ella y ellos fraguaron su alma.
En este selecto círculo de esmeradas enseñanzas transcurrió la infancia y pre adolescencia del pequeño solitario, y a todos ellos rindió culto de amistad y agradecimiento hasta el final de sus días.
Ya adulto el Libertador se expresó así de Hipólita y Matea en una carta: “son mi padre y mi madre”. Era infinito el cariño que tenía por las dos, siempre las considero parte de su familia.
Matea Bolívar vivió más de cien años, en el transcurso de los cuales fue testigo ocular de episodios extraordinarios de la vida de su protegido.
Recién casado Bolívar lo acompañó durante los breves meses de estancia en la hacienda San Mateo. Estuvo a su lado en los difíciles momentos de la fiebre incurable de su esposa y compartió el luto de la prematura viudez.
El 25 de marzo de 1814, estando en la casa alta de la hacienda San Mateo, presenció el sacrificio de Antonio Ricaurte, quien se inmoló al prender fuego a la Santa Bárbara (depósito de pólvora y armamentos), haciendo volar por los aires a las tropas realistas que estaban ocupando el lugar. Durante esa batalla pudo observar de cerca a José Tomás Boves, y ayudó a evacuar a la familia Bolívar después de la explosión.
Acompañó a María Antonia Bolívar al largo exilio que la forzó a salir de Venezuela hacia La Habana. La persecución fue un constante látigo de que fueron objeto los Bolívar en los once años de guerra por la independencia.
Matea falleció, de 112 años y seis meses, el 29 de marzo de 1886, durante su longeva existencia vio nacer, crecer, casarse, batallar, dar descendencia y morir a toda la familia Bolívar. Siempre tuvo colgado en su cuarto, al lado de su cama, el retrato de su niño mimado.
En ese sumo grado de nuestra alta admiración y aprecio debemos atesorar la presencia de Matea en la vida de Bolívar. Ella le enseñó a tener confianza en sí mismo, le inculcó los mejores conceptos para la vida útil y le brindó innumerables momentos de sana alegría infantil y bienestar espiritual.
¡Bolivarianos siempre! ¡Traidores nunca!
ALEJANDRO CARRILLO GARCÍA