¡No, no es cierto! ¡No lo puedo creer! ¿Estás seguro? ¡No lo creo! Estas fueron las primeras impresiones de varios de mis amigas y amigos cuando se enteraron de la apabullante victoria del binomio Arce-Choquehuanca en las recientes elecciones del pasado 18 de octubre en Bolivia.
Era lógica esa duda cartesiana derivada de un ambiente de gran incertidumbre creado por una dictadura que en once meses había convertido el altiplano en un escenario de horror racista, violaciones a los derechos humanos y empobrecimiento económico del país.
Si la dictadura había llegado a esos extremos de vileza, parecía inconcebible que fuera a permitir el regreso a la democracia. Pero ocurrió, el pueblo llano con su sabiduría ancestral aceptó el reto y masivamente asistió a las urnas electorales para decir: Aquí estamos de nuevo, en pie de lucha.
Horas de incertidumbre se vivieron ante las maniobras de la derecha fascistoide que tras bastidores buscaba infructuosamente la manera de revertir lo que era inminente. Los resultados a boca de urna prometidos no se anunciaban, el silencio de los partidos de derecha y del Tribunal Electoral incrementaba la ansiedad.
Por eso, por fin, después de la larga espera llega el anuncio: “Con el 95 por ciento de los votos registrados el candidato Luis Arce tiene el 51,4 por ciento”. Cesaba la angustia y a nuestra mente acudía un pasaje del poeta Georg Christoph Lichtenberg: “Me dije a mi mismo: es imposible que yo crea esto, y al decirlo observé que ya era la segunda vez que lo creía”.
La verdad era incontrastable. El 85 por ciento de la población electoral había roto el cerco de miedo y ratificaba aquella profecía del Tupac Katari recordada por García Linera el día del golpe del año pasado: “Volveremos y seremos millones”.
Escribo estas notas con la convicción de la irreversibilidad de ese proceso histórico que nos acaba de enseñar la hija predilecta de Simón Bolívar. La fiesta electoral ya no pertenece solo al altiplano, ahora es celebración de todo el mundo progresista.
Pero, es importante recordar que Bolivia, ha sido una nación muy sufrida por la avaricia de las grandes potencias y sus lacayos internos quienes han perpetrado 324 golpes de Estado entre 1945 y 2019 y el pueblo siempre los ha derrotado.
Sin embargo, no solo el “record” de asonadas golpistas registra ese país, también allí ocurrió lo que los analistas han llamado la primera revolución nacionalista de América Latina en el siglo XX cuando en 1952, una insurrección popular de mineros y campesinos derrotó al Ejército tras duros combates en las calles de La Paz.
La historia, la terca historia siempre nos da lecciones. En aquel entonces se produjo un escenario muy parecido al de noviembre de 2019, Víctor Paz Estenssoro, líder del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) había ganado las elecciones de 1951, pero su triunfo fue desconocido por el Ejército y la derecha. Tal como sucedió con la victoria de Evo 68 años después.
Tras la derrota del Ejército y del gobierno títere, los líderes del movimiento Hernán Siles Suazo y Juan Lechín Oquendo fueron llevado en hombros del pueblo al palacio de gobierno. Siles llamó a Paz Estenssoro -quien se encontraba exiliado en Argentina- a formar gobierno el 16 de abril de 1952, Se iniciaba así un período esperanzador de progreso en el país.
La Revolución Nacionalista hizo importantes avances de progreso, entre ellos la disolución del Ejército; el derecho al sufragio universal para las mujeres, los analfabetos e indígenas; la nacionalización de las minas de estaño y el incremento de las actividades petroleras, además de la construcción de carreteras que permitieron la conexión de las principales ciudades con las zonas más apartadas del país.
Sin embargo, pese a estos logros, la revolución que transcurrió durante varios períodos de alternancia en el gobierno entre Paz Estensoro y Siles Suazo, cometió un grave error: El Ejército que había sido disuelto fue reestructurado de acuerdo a las nomas militares clásicas y las milicias fueron eliminadas.
En 1964, Paz Estenssoro gana las elecciones y lleva como vicepresidente a su “gran amigo” el general René Barrientos, quien ese mismo año comanda un golpe de Estado que acaba con la revolución. Este “gran amigo” de Paz es el que posteriormente, en 1967, ordena el asesinato del Che Guevara.
Comienza otro período de golpes de Estado y gobiernos derechistas, hasta el triunfo electoral de indio Aymara, Evo Morales el 22 de enero de 2006, quien durante 14 años transforma a Bolivia de un país sumamente empobrecido en el de mayor crecimiento económico en la región.
El indio, pese al odio racista de su enemigo, transforma a Bolivia en un Estado Plurinacional, con un Producto Interno Bruto de 5% anual; reduce la pobreza extrema de 37% a 16%, libera al país del analfabetismo; mejora sustancialmente la distribución del ingreso; establece la educación intercultural gratuita y el Sistema Único de Salud gratuito, decreta el reconocimiento a los derechos de los indígenas y la ley de Identidad de Género.
Todas estas medidas de corte progresista aumentaron el odio de una derecha oligárquica y cipaya profundamente racista que durante los gobiernos del “indio” intentaron, con el apoyo de Estados Unidos a través de su embajada en La Paz, múltiples conspiraciones e incluso abortados golpes, hasta noviembre de 2019, cuando junto con la OEA desconocieron su triunfo y generaron la situación de inestabilidad y terror vivida hasta la fecha.
Ahora se inicia otro proceso pero, afortunadamente, con los mismos actores que durante 14 años impulsaron el desarrollo económico y político de Bolivia. A los escépticos les decimos, la nueva gestión tendrá que recorrer un camino difícil porque hereda una situación muy calamitosa, pero llegan hombres con mucha experiencia en las luchas populares y cuentan con el respaldo interno de su pueblo, de Evo y de la comunidad internacional progresista.
MARCEL ROO
@marcelroo