1828: La Patria boba de Santander (2)
Publicado: 19/10/2021 05:56 PM
Los eventos del 25 de
septiembre de 1828 son la crónica de una traición y magnicidio anunciados. El
fracaso del complot abre un paréntesis de paz para el Libertador Simón Bolívar.
La correlación de fuerzas coexistentes se vuelca a su favor. La intentona
frustrada de golpe de Estado
fortalece su tesis de la magna
Unidad Político territorial de la Gran Colombia versus la disgregación
federalista de Santander. Este último, argumento falaz, esconde el plan separatista esgrimido por el bando del abogado
neogranadino para acabar con la vida del Jefe de Estado y desintegrar la
república.
Santander es el capo
supremo del complot secesionista, así lo atestiguan durante el juicio varios de
los implicados. El personalmente concertó a sectores recalcitrantes de la
oligarquía bogotana, militares de baja graduación, extranjeros oficiosos,
académicos, universitarios y el inefable venezolano el mayor Pedro Carujo. La
danza de los cuchillos comienza su baile macabro durante la Convención de
Ocaña, donde se concibe un baño de sangre en caso de que El Libertador haga
acto de presencia e influya sobre las
deliberaciones. El día 07 de agosto, aniversario de la batalla de Boyacá, a la
salida de la recepción se registra un
ataque fallido con arma blanca. Tres días después, el 10 de agosto, ocurre otro
intento durante una fiesta de disfraces a la cual Bolívar acude
desarmado y sin escoltas. El cuarto intento se efectúa el 15 de septiembre en
casa del representante diplomático mejicano; el quinto ocurre en una fiesta
organizada en Bosa cerca de Bogotá que estuvo a punto de ser consumado. El
quinto es cerca de Soacha el 20 de septiembre, el cual es suspendido por el propio Santander en espera de condiciones propicias. El séptimo ocurre en el Palacio de San Carlos
el 25 de septiembre.
Mientras Bolívar, en
compañía de Manuelita Sáenz, descansa sus pies en agua caliente para aliviar
una severa gripe, asaltan el Palacio de San Carlos los asesinos enviados por
Santander bajo el mando del venezolano Pedro Carujo. Entre ellos hay dos franceses, Agustín Horment, espía pagado por
la corona española, el misterioso charlatán Dr. Arganil que responde a
intereses hasta hoy ocultos; y los neogranadinos Vargas Tejada, Guerra,
Florencio González y Mariano Ospina.
Gracias a la providencial y valerosa actuación de Manuela Sáenz, Bolívar salta por una ventana del palacio y se
refugia durante tres horas bajo el Puente del Carmen. Titiritando, sumergido en
el intenso frio de estas aguas se dispara una tos perniciosa que lo acompañara
hasta el día de su muerte. Manuela Sáenz sin saberlo nos libra de una guerra
civil de proporciones bíblicas. De haberse consumado el magnicidio hubiera
sobrevenido una hecatombe bélica cuyo
impacto estaríamos aún padeciendo. No solo detiene el Golpe de Estado en marcha
y previene la eliminación física del
Jefe de Estado, sino que evita a toda costa la inmediata puesta en marcha de
una guerra civil contra los venezolanos
en particular y la UNIÓN de la gran colombiana en general. Sin pretensión de
redentora de la humanidad, la Libertadora del Libertador, nos
evita una confrontación de todos contra
todos.
Nada más temerario y
descabellado que esta jauría de criollos oligarcas disociados y franceses frustrados, conjurados para asesinar a
Bolívar. Los venezolanos en Bogotá y Lima hubieran sido pasados por las armas.
Páez no se quedaría de brazos cruzados y desde Bogotá hasta Quito y Lima,
Santander impulsaría una guerra sin cuartel entre federalistas y centralistas.
Este es el viejo y añejo dilema de La Patria Boba. Por supuesto él se
mantendría como siempre al margen de las batallas. Como el mismo confiesa: “El
ejército y el pueblo están con Bolívar”.
Al menos durante año y
medio, la oligarquía cómplice hace silencio, la prensa pagada por Santander
enmudece y cancela la campaña de descredito e infamias contra Bolívar. El resto
de la Gran Colombia manifiesta su rechazo contra los magnicidas. La noticia se
supo de inmediato en el resto de América y Europa. De todas parte llegaron
expresiones de solidaridad a Bolívar y condena a los asesinos. Inclusive desde
Washington y Londres repudian el crimen y lamentan que se conmute la pena de
muerte a Santander y se le deje salir al
exilio impunemente. Más tarde Bolívar también reconoce el grave error de no
haberle aplicado todo el rigor del código de enjuiciamiento militar. De los
cincuenta y nueve implicados en el intento de magnicidio ocho fueron absueltos,
catorce condenados a muerte, cinco sentenciados a confinamiento, tres escaparon
y el resto encarcelados.
De regreso en 1832, Santander consolida su Patria Boba. Lacayo de
las potencias extrajeras desde 1820 operó como un agente de los intereses de
los Estados Unidos en la Gran Colombia. De hecho es el quien firma el primer
acuerdo o tratado de libre comercio de la historia con los Estados Unidos.
Contentivo de una clausula secreta que
daba todas las ganancias económicas al emergente imperio. Incontinenti, Bolívar
ordena la anulación de tal aberración jurídica y de ipso facto reordena la
hacienda pública. Luego en 1828 destituye a Santander como Vicepresidente de la
República. Pero a sus espaldas ya Santander ha consumado el desfalco del
tesoro público, ha recibido jugosa
comisión bancaria derivada del
empréstito de cuatro millones de libras esterlinas que contrató aprovechando la
ausencia del Jefe de Estado en la Campaña del Sur. También recibe jugosas comisiones de las casas importadoras de toda
clase de productos, así como cuantiosos dividendos del monopolio que concedió a
pocas empresas por concepto de las exportaciones de materias prima al mercado internacional.
Estos son los eslabones
perdidos de la interminable cadena
desigualdades, masacres y guerras intestinas colombianas. Antecedentes directos
de las impagables deudas externas irresponsablemente contraídas y de los TLH
que hoy asfixian los hogares de ese país. Santander con su Patria Boba y su credo
del libre comercio ahoga a los productores de su país al favorecer productos
importados a más bajo precio. La barata harina de trigo norteamericana arruina
a los agricultores de este cereal, la
importación de lanas y telas inglesas asfixia la creciente industria textil
neogranadina y ecuatoriana que Bolívar intenta proteger a capa y espada. La
champaña y vinos franceses inundan las fiestas bogotanas, Hasta los adoquines
que cubren las carreras de la gran ciudad son importados de los Estados Unidos,
Así se empobrecen a los artesanos que
con sus manos cincelan piedras mejores o igual de buenas para las calles de
Colombia.
La Patria Boba divisionista
no solo impulsa la fragmentación política y las guerras civiles, también impone
la bárbara destrucción de su economía. Santander fulmina la industria y las
exportaciones apenas alcanzan para pagar los empréstitos. El déficit fiscal
genera una brecha impagable, las importaciones excesivas barren con la producción nacional. No hay
recursos con que pagar los sueldos de los soldados. Ese es el legado del
magnicida que escapó del paredón en varias oportunidades y por último Bolívar
perdona para evitar, solo por dos años, la inevitable guerra civil que aún
consume a la gran patria de Camilo Torres, Atanasio Girardot, Antonio Nariño,
el sabio Caldas y Antonio Ricaurte.
Santander es un ser
minado por el ejercicio permanente de la autocomplacencia, ludópata adicto al
juego, prepotente, acostumbra banalizar todo, pusilánime ante la adversidad,
siempre aferrado a las pertenencias, sumiso ante el poder y cruel a la hora de
ejercerlo. Gran cerebro de las leyes con un complejo de superioridad que
encierra grandes debilidades y oscuras inseguridades. Una categoría ontológica
inferior, un ser contradictorio, un cobarde. Así lo definió el padre de la
Primera República Neogranadina, Camilo Torres Tenorio, y se lo dijo en su cara.
Un observador imparcial,
ajeno a las pugnas internas, embajador de Inglaterra en la Gran Colombia, hace
una breve descripción de Santander en
los siguientes términos:
“es un jugador habitual
acostumbrado a pagar sus deudas de juego y cuentas personales con dinero del
erario público”
Otro observador más
acucioso, Daniel Florencio O`leary, enviado por El Libertador a Ocaña para que
lo mantuviese informado de los pormenores de la convención, hace el siguiente
retrato hablado:
“Santander es de
aquellos hombres adocenados que con medianos talentos y mucha audacia, pero sin
moral alguna, se elevan en las revueltas políticas a puestos distinguidos”
Una biografía
recientemente publicada con el ánimo de
reivindicar a Santander ante la historia le hace un flaco favor al describir el
derroche de gastos y lujos con los que vivió este abogado durante su exilio en
Europa. La biógrafa Pilar Moreno de Ángel relata con lujo de detalles como su biografiado es
recibido por la realeza de Francia,
España e Inglaterra. También alude a la red de contactos que Santander tejió
mediante los empréstitos con la banca
internacional, cuyas conexiones luego le
serían muy útiles derrocar el proyecto de la Patria Grande de Bolívar e
instaurar la Gran Patria Boba al servicio de las potencias imperiales. Así
comienzan los indiscretos encantos de la narco oligarquía paramilitar bogotana.
El mismo Santander se
remata así mismo en sus memorias:
“a las seis asistí al
agasajó que me ofreció la familia de banqueros Rothschild, exclusiva para 24
personas. Todo se sirvió en platos y cubiertos de oro, con los más exquisitos
manjares y más de 20 tipos de los mejores vinos del mundo”.
Toda una joya del tercermundismo
deslumbrado por las espléndidas trampas, solo caza bobos, tendidas por
los Estados Unidos y Europa.
De los 115 presidentes
que ha tenido ese país, solo dos – Bolívar y Melo – no pertenecen al reducido
número de familias que Santander entronizó en el poder. Todas ellas han sido
aliadas incondicionales de los Estados Unidos.
ALEJANDRO CARRILLO