Opinión: La fuerza es el derecho de las bestias
Publicado: 22/11/2018 03:56 PM
Los dos jóvenes entraron
a su casa y se quedaron estáticos bajo el arco de la puerta, Juan Andrés y Federico, vestían lo mejor de la última colección de
Carnaby Street, chaquetas largas con botones dorados, insignias militares del ejército
inglés o yankee, camisas de bacterias ,
pantalones campana y botines punteagudos - todo importado de Londres. Eran ya
las 11 de la noche y “el happening” era un hervidero de melenudos y de sifrinas
en minifaldas brincando y batiendo brazos al compás de la música estridente. Con
ese acento propio de las clases altas criollas se saludaban en lenguaje
mandibuleado.
Las luces
estroboscópicas hacían un efecto entrecortado de fragmentación de la luz y así el movimiento de la multitud y parejas
danzantes parecían suspendidas en el aire, la luz negra daba un resplandor
brillante a las sonrisas y a los colores fluorescentes de los trajes.
Unos pandilleros, de
la patota que sesionaba al calor de
jalones de marihuana en el estacionamiento del Country Club, amigos del
hijo mayor de la familia, no fueron invitados. Eso era un agravio, una afrenta
que los tenía bronqueados y en gesto de violencia irrumpieron en la sala de
bailes de la quinta causando malestar en
la fiesta, el incidente no quedó ahí, no había como evitarlos. Entre el hermano
mayor y ellos existía ese vínculo que unía a toda esa cofradía que se fajaba a
quemar cachos de cannabis-sativa e inhalaciones de clorhidrato hasta el
amanecer; parloteando conversaciones incoherentes e interminables sobre la inmortalidad del
cangrejo.
La gente bella, los
hijos de los Amos del Valle, lo más granado de la crema innata de la sociedad
caraqueña copiaba las los clichés de Estados Unidos e Inglaterra, el ácido lisérgico
corría como agua debajo de los puentes en las mejores discotecas y sobre todo
en las fiestas aderezadas del Este de la Ciudad, eran como un país aparte y
diferente, no querían toparse con los niches del lejano oeste de Caracas. Era
una de esas parrandas psicodélicas de las
“familias bien”, donde solo los selectos tenían entrada a estos jolgorios en cuyas juergas la percepción espacio
temporal de los asistentes estaba totalmente alterada. El mundo real, el suelo
del país que habitaban no era parte de sus vidas; sus existencias levitaban
sobre una burbuja ingrávida en atmosferas de otros submundos: las drogas.
Los patoteros tenían
una deuda ($35.000,oo) con un narcotraficante colombiano y esa fiesta fue la
ocasión para trazar la coartada, la
forma de pago y la víctima a secuestrar: Carlos Vicente Vegas Pérez, de trece
años de edad, hijo del dueño de la casa.
Un día jueves 22 de
febrero de 1973 a las 4:30 pm el niño
fue raptado en las adyacencias del Centro Comercial Santa Marta, fue sedado,
encadenado y en pleno sueño encerrado en la maleta de un automóvil, pereció asfixiado
por los efectos del monóxido de carbono. A la madrugada siguiente se deshicieron del cadáver en las afueras de
Caracas. Sin embargo el grupo continuó su macabro plan de cobrar el
secuestro a los padres angustiados. El señor Vegas era de los mejores
arquitectos de la Venezuela Saudita, entre sus haberes esta la famosa torre
Polar en Plaza Venezuela.
Los captores forzaron
a los padres a una semana de terribles sufrimientos y disparatados intentos de
cobrar la suma del rescate. La violencia del dinero y de unos “niños bien”
enredados con el narcotráfico era la causa del acecho telefónico para cobrar el
rescate de un párvulo ya fallecido.
A los ocho (8) días
de la desaparición del menor, su cuerpo
sin vida y ya en estado de putrefacción,
fue encontrado en las cercanías de la Cortada del Guayabo en el sector
Maitana, en la vía de la autopista Coche-Tejerías. En el lugar de los hechos se
hallaron restos de droga; eso aunado a las llamadas interceptadas, el tono de
voz y la ubicación de los sitios para la entrega del rescate dio indicios
ciertos del móvil del crimen, del alto nivel social y talante chambón de sus perpetradores.
El Presidente Caldera
en cadena nacional expuso su voluntad de detener y hacer caer todo el peso de
la ley sobre los criminales: “Su aprensión se hará conocer de la opinión pública
sean quienes fueran los responsables”. Las más castas reputaciones de la
oligarquía criolla estaban implicadas en el caso de marras, entre ellas un
familiar de la primera dama de la República. Renombrados apellidos como:
Zuloaga, Branger, Morales, Risquez, Paredes, Capecci, Molinari, Cabrices, Parilli,
Pietri y hasta el mismo hermano mayor de
la víctima formaban parte del cartel de implicados. Solo aquel que no tuvo con
que pagar buenos abogados pago condena: Omar “Chino” Cano.
Las testigos claves
también pertenecían al círculo de
amistades de los secuestradores: Orietta Cabrices, María Alejandra Delfino y
Alexia Josefina Felizola.
A pocos meses después, el cuerpo de profesionales investigadores de la entonces PTJ fue removido de sus
funciones, había empezado la fragua para forjar la impunidad de un crimen
atroz. El 08 de enero de 1974, ante una
demanda previa interpuesta por los padres de los indiciados, la Corte Superior
Segunda en lo Penal del Distrito Federal y Estado Miranda revocó los autos de
detención por detectar “fallas sustanciales en la instrucción y sustanciación
del expediente”. Esto favoreció al señalado como autor intelectual Alfredo Luís Parilli Pietri, a los
indiciados como autores materiales directos del secuestro y homicidio Gonzalo
“Fafa” Capecci y Omar “Chino” Cano; y a
toda la caterva de fumones del este que propició este horrendo y brutal
secuestro.
Luego de pasar por
varios psiquiatras el hermano mayor del occiso, se ha dedicado a cultivar una carrera literaria prominente con obras de gran
rigor documental (Falke y Sumario) y produjo un libro respecto al secuestro de su hermano: “Historia
de una segunda vez”. También se han publicado otras obras que recogen distintas
versiones como la del comisario Fermín Mármol León: “4 crímenes, 4 poderes”; llevada al cine por Román Chalbaud, titulada
“Cangrejo”. Interesante versión es la
del propio Omar “Chino” Cano: “La verdad sobre el caso Vegas”, cuyo prólogo estuvo
a cargo de Teodoro Petkoff; así como la síntesis de los hechos redactada por Pedro
Revette en su “Crónica de Tánatos”.
Moraleja: La violencia es el arma de los que no tienen razón.
ALEJANDRO CARRILLO